La ideología del diseño paramétrico en Zaha Hadid Architects

4 noviembre, 2021

Por Fabio Vélez Bertomeu.–

Ábrase Hacia una arquitectura de Le Corbusier[1], y léase el argumento. Allí, en efecto, se nos presenta una nueva estética −la del ingeniero− que, mirada de cerca, más bien parece un nuevo renacimiento de lo clásico y, para ser más precisos, un típico revival griego[2]. La fórmula de esta estética es, por cierto, harto conocida: la belleza es medida y proporción, y estas son a su vez, encarnadas en la armonía y la simetría, formas extraídas de las leyes del universo. En este sentido, no hay nada nuevo en este manifiesto clave de la Arquitectura Moderna. He aquí un pasaje para los incrédulos:

El ingeniero, inspirado por la ley de la economía, y llevado por el cálculo, nos pone de acuerdo con las leyes del universo. Logra la armonía. El arquitecto, por el ordenamiento de las formas, obtiene un orden que es pura creación de su espíritu; por las formas, afecta intensamente nuestros sentidos, provocando emociones plásticas: por las relaciones que crea, despierta en nosotros profundas resonancias, nos da la medida de un orden que se siente de acuerdo con el del mundo, determina reacciones diversas de nuestro espíritu y de nuestro corazón; y entonces percibimos la belleza[3].

Entonces, ¿nada hay de nuevo? Pues bien, dejando a un lado la imperiosa necesidad de que el arquitecto reprima sus querencias estilísticas para que pueda aflorar su Superyó ingenieril, lo cierto es que hay más bien poco, al menos en lo que a la estética se refiere.

Aceptado lo anterior, es igual de cierto que hay una idea contenida en un pasaje que podría acaparar aún nuestra atención. Me refiero en concreto a esta: “inspirado por la ley de la economía”. Formulado de otro modo: ¿es la ley de la economía compatible, isomorfa, con las leyes del universo? Nos queda claro que el cálculo podría operar como un lenguaje en el cual podrían encontrar una articulación compartida, ahora bien, todo parece indicar que Le Corbusier está pretendiendo algo más que establecer una mera analogía. Prosigamos: ¿Puede presumirse una armonía en sendos campos −economía y ciencias naturales− y, en el caso de que se pueda, sería extrapolable a la arquitectura[4]? En suma, ¿por qué añade este elemento Le Corbusier, complejizando a precursores tan excelsos como Pitágoras, Aristóteles, Cicerón y tantos otros?

Una respuesta socorrida, de esas que se aventuran para “salir del paso”, podría ser que nunca como antes la economía había sido un factor tan determinante para la arquitectura. Pero no precipitemos conclusiones.

Centro Cultural Internacional Changshá Meixihu, 2011–2019. Fotografía: Virgile Simon Bertrand.
Centro Cultural Internacional Changshá Meixihu, 2011–2019. Fotografía: Virgile Simon Bertrand.

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Hagamos a un lado por un momento este texto. Me importa, de hecho, solo como trampolín a otro. El documento al que aquí realmente me gustaría prestar atención es un artículo de Patrik Schumacher −socio de Zaha Hadid− incluido en el catálogo con el que el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC[5]) acompañó la exposición dedicada a esta importante arquitecta[6]. Casualidad o no, su artículo es homónimo al título de la exposición: “Diseño como segunda naturaleza”.

El texto comienza parafraseando una idea que, dicha sea la verdad, no es particularmente innovadora y que, en buena medida, sería fácilmente rastreable en toda la arquitectura denominada orgánica; dice así: “los arquitectos han imitado insistentemente los entornos naturales, y en este sentido, la noción de arquitectura como segunda naturaleza es tan antigua como la disciplina misma. Lo que ha cambiado es la noción de naturaleza detrás de esta analogía”[7]. A tenor del pasaje citado, es menester reconocer que lo único que autoriza una segunda vuelta sobre este gastado tópico[8], es decir, sobre la idea de la arquitectura como segunda naturaleza artificial, es, sin duda alguna, la reinterpretación que permitiría despejar la frase última. A tal fin, no estaría de más desempolvar los usos ambiguos e ideológicos que, a propósito de la autoridad de lo natural, vienen de antiguo ensayándose para justificar los disparates y las infamias más insospechadas[9]. Holgaría, así pues, preguntarse no solo sobre cuál es la naturaleza que presuntamente estaríamos imitando, sino y, sobre todo, por qué esa naturaleza habría cambiado y, más aún, en qué se habría transformado al cabo.

Pues bien, es necesario que transcurran unas cuantas páginas para que Schumacher nos obsequie con algo más de concreción. El pasaje es todo menos accidental: aparece Le Corbusier por primera y última vez −es necesario batir al padre y, de ser posible, dejarlo atrás− y se retoma la estética clásico-formalista, si bien para darle una nueva interpretación:

Le Corbusier se dio cuenta de que, aunque ‘la naturaleza se presenta ante nuestros ojos en forma caótica… el espíritu que anima la naturaleza es un espíritu de orden’. Sin embargo, su comprensión del orden de la naturaleza estaba limitada a la ciencia de su época (…) La principal limitación de Le Corbusier no radica en su insistencia en el orden, sino en su concepción limitada de orden en términos de geometría clásica. Desde entonces, la teoría de la complejidad −o teoría del caos− en general, y las investigaciones de Frei Otto en particular, nos ha enseñado a reconocer, medir y simular los complejos patrones de orden que surgen en los procesos de autoorganización [en la naturaleza][10]. (cursivas mías).

 La ciencia en la que está fundamentalmente pensando Schumacher no es la fisicomatemática moderna sino, antes bien, en los recientes descubrimientos procedentes del mundo de la ecología y la biología. De ahí que Schumacher advierta de un nuevo orden[11]. No solo; es posible aventurar igualmente que Schumacher está presuponiendo que la ciencia, en su avance normalizado, podría revelarnos no solo inauditos comportamientos de lo natural (al corregir y falsear teorías previas), sino imágenes inéditas de lo que entendemos por naturaleza[12]. Y aunque, según él, en último término siempre permanezca un orden, una cosa es la apariencia de las superficies y los movimientos (a través de esas formas primarias que tanto gustaban a Le Corbusier y a los griegos: “esfera, cubo, cilindro, horizontal, vertical, oblicuo, etc.”[13]) y otra, muy distinta, el dinamismo y la autoorganización de los ecosistemas naturales. La pregunta que surge entonces es la siguiente: ¿cómo se manifiesta estéticamente este orden? Si seguimos de cerca al autor, descubriremos que la mera emulación del funcionamiento de la naturaleza traería consigo –“introduciéndose de forma gratuita”[14], dice Schumacher− la forma estética oportuna. Por consiguiente, podríamos buenamente afirmar, adaptando para el caso el célebre precepto de Sullivan[15], que el biomorfismo no sería sino la expresión necesaria de la biomímesis[16]. Que inmediatamente después Schumacher identifique sin mayores explicaciones, y en una suerte de extraño lamarckismo, el biomorfismo con el parametricismo, es un asunto (y un salto) del que no me puedo ocupar ahora.

Estación de tren de alta velocidad Napoli Afragola, Competencia 2003. Construcción de la primera fase 2015–2017. Fotografía: Hufton + Crow.
Estación de tren de alta velocidad Napoli Afragola, Competencia 2003. Construcción de la primera fase 2015–2017. Fotografía: Hufton + Crow.

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En realidad, todo lo anterior no es más que un pretexto (y una preparación) para abordar el asunto que me parece teóricamente más insostenible del texto de Schumacher. Sea.

Cuando todo el proyecto parecía más o menos claro, a saber, que la propuesta de Schumacher −y, por ende, la de la última Hadid[17]− no era más que un intento para justificar la pertinencia científica y social del diseño paramétrico, en las últimas páginas, Schumacher trata de aterrizar la factibilidad de su proyecto a una escala mayor (urbana) y, para ello, realiza una serie de recomendaciones que no pueden más que desconcertar a un lector mínimamente atento. A la pregunta de si puede haber un urbanismo de libre mercado, Schumacher responde afirmativamente y aporta esta justificación:

El proceso de mercado es un proceso evolutivo que opera por medio de la mutación −ensayo y error−, la selección y la reproducción. Es autocorrectivo y autorregulador, lo que deriva en un orden autoorganizado. Así, podríamos suponer que la asignatura del uso del suelo y la dimensión programática del ordenamiento urbano y arquitectónico deben ser determinados por los clientes privados de la arquitectura dentro de un proceso de mercado que asigne los recursos del suelo a los usos más valorados[18].

Las virtudes que precisamente están detrás de la mirada biomimética −autocorrección, autorregulación y autoorganización− con vistas a una optimización de los recursos, junto al darwinismo evolutivo a través de la mutación y la adaptación (del ensayo y el error), aplicados al mercado, son de una superstición ideológica supina. Asumen, en suma, una naturalización del mercado, además de una falacia naturalista de manual. Basta echar un ojo a los periódicos, o sentirlo en mayor medida todos los días en nuestras propias carnes, para darnos cuenta de que nada de lo anterior coincide con el comportamiento del mercado dejado a su antojo[19].

Por si quedara algún atisbo de duda, el propio Schumacher despeja toda incertidumbre: “la tesis aquí presentada propone establecer una analogía entre un urbanismo paramétrico multiautor no planificado y una ecología multiespecie”[20]. En síntesis, detrás de estas recomendaciones late una estrategia, especiosa donde las haya, para legitimar, so pretexto ecológico, la necesidad (y la libertad) del diseño paramétrico. Para entendernos: un caso más de “capitalismo verde”[21].

Se comprende así también que la advertencia lanzada en el texto no fuera caprichosa, pues el tan temido control, según el autor, podría ser perpetrado por los planificadores-socialistas-totalitarios, etc. A pesar del maniqueísmo caricaturesco evidenciado en la composición de esta estampa, y dejando a un lado el flagrante oportunismo político, lo cierto es que Schumacher pareciera acomodar su conciencia desde una suerte de estoicismo amoral; a su ver, en los años 60, con políticas keynesianas y socialdemocracias en curso, tocaba planificar la urbe y bien estaba que así fuera; pero hoy, tras el giro neoliberal, lo que procede es eliminar cualquier rastro de urbanismo planificador en aras de la flexibilidad y el laissez faire[22]. A pesar del cinismo que lo anterior entraña −los principios cambian con los amos−, la defensa encendida del status quo no deja espacio para la duda: “solo un mercado libre de obstáculos puede facilitar este proceso de descubrimiento y aportar la capacidad y agilidad de proceso de la información necesaria para tejer un orden urbano programático complejo, variado y viable para este nuevo contexto social dinámico”[23]. El enemigo, ahora, es el Estado.

Estamos, así pues, en disposición de poder imaginar el arranque de un hipotético manifiesto programático: Un nuevo fantasma recorre el mundo: el fantasma de la “libertad” y el parametricismo. Todas las fuerzas del viejo mundo se han unido en santa cruzada para acosarlo…

Bergisel Ski Jump, Innsbruck, 1999–2002. Fotografía: Hélène Binet. Cortesía de ammann//gallery.
Bergisel Ski Jump, Innsbruck, 1999–2002. Fotografía: Hélène Binet. Cortesía de ammann//gallery.

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(para escépticos, suspicaces y otros incorregibles)

En el 2016, Alejandro Aravena fue premiado con el célebre Pritzker. Su elección supuso, qué duda cabe, un cambio de rumbo en la tendencia de los premiados en años anteriores. Para decirlo en pocas palabras: lo social se impuso sobre lo espectacular[24]. Patrik Schumacher no desaprovechó tamaña ocasión para pronunciarse al respecto:

La corrección política se ha apoderado por completo de la arquitectura: el Premio Pritzker se ha transformado en un premio humanitario. El papel del arquitecto es ahora “servir a las más acuciantes necesidades sociales” y el recién laureado es alabado por “abordar la crisis global de la vivienda” y por su preocupación hacia los sectores menos privilegiados (…) La innovación arquitectónica es reemplazada por la demostración de nobles intenciones y los criterios de excelencia y éxito propios de la disciplina se disuelven en el vago “buenismo” de la “justicia social” (…) No objetaría la elección de este año, si es que esta validación de la preocupación humanitaria no fuera parte de una amplia tendencia en la arquitectura contemporánea que, en mi opinión, está marcada por una desafortunada confusión, una mala conciencia y una falta de confianza, vitalidad y valentía respecto de la verdadera contribución de nuestra disciplina al mundo[25].

 Poco más se puede añadir[26].

***

Comenzábamos estas notas encabalgadas, aupándonos desde un pasaje de Hacia una arquitectura. Allí, Le Corbusier enigmáticamente escribía: “El ingeniero, inspirado por la ley de la economía, y llevado por el cálculo, nos pone de acuerdo con las leyes del universo”. Tocaría preguntarse ahora por el papel de esa economía en ese pasaje clave del libro más influyente de la arquitectura del siglo pasado. Pero eso ya sería otra historia, que dejo para otra ocasión, pero no sin antes dar una pista: el Compendio de lecciones de Arquitectura de J. N. L. Durand (1819). 

[Publicado el 4 de noviembre de 2021]
[.925 Artes y Diseño, Año 8, edición 32]

Referencias

  • Benyus, J. M. (2012). Biomímesis, Innovaciones inspiradas por la naturaleza. Tusquets, Barcelona.
  • Bodei, R. (1998). La forma de lo bello, La Balsa de la Medusa, Madrid.
  • Bhooshan, S.; Echezarreta, P.; Leal, F.; Mazari, M.; Schumacher, P. y Serrano, F. (2018). Zaha Hadid Architects. Diseño como segunda naturaleza. MUAC-UNAM, México.
  • Hadot, P. (2015). El velo de Isis. Ensayo sobre la historia de la idea de Naturaleza, Alpha Decay, Barcelona.
  • Koolhaas, R. (2014). Acerca de la ciudad, Gustavo Gili, Barcelona.
  • Latouche, S. (2019). Pequeño tratado del decrecimiento sereno. Icaria, Barcelona.
  • Le Corbusier. (1998). Hacia una arquitectura, Apóstrofe, Barcelona.
  • Riechmann, J. (2000). Un mundo vulnerable, Ensayos sobre ecología, ética y tecnociencia. Los Libros de la Catarata, Madrid.
  • Salingaros, N. (2006). A Theory of Architecture, Umbau Verlag, Solingen.
  • Tatarkiewicz, W. (2001). Historia de seis ideas, Tecnos, Madrid.
  • Vélez, F. (2021). Arquitectura. Historias de un equívoco. Casimiro, Madrid.
  • Wagensberg, J. (2013). La rebelión de las formas o cómo preservar cuando la incertidumbre aprieta. Barcelona, Tusquets Editores.
  • –––. Frei Otto. Conversación con Juan María Songel. (1997). Gustavo Gili. Barcelona.
Las imágenes presentadas aquí tienen la finalidad de ilustrar este documento, pertenecen al catálogo ‘Zaha Hadid Architects, Diseño como segunda naturaleza’. (2018). MUAC, Museo Universitario Arte Contemporáneo, UNAM. Coordinación editorial de Ana Xanic López, Manon Janssens, Henry Virgin, Woody Yao, Daria Zolotareva y Elena Castaldi; publicado con motivo de la exposición del mismo título, presentada entre el 20 de octubre 2018 y 3 de marzo de 2019 en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, en la Ciudad de México.

[1] Le Corbusier. (1998). Hacia una arquitectura, Apóstrofe, Barcelona

[2] Bodei, R. (1998). La forma de lo bello, La Balsa de la Medusa, Madrid. pp. 25 y ss.

[3] Le Corbusier. (1998). Hacia una arquitectura, Apóstrofe, Barcelona. p. XIX.

[4] Es útil recordar esta máxima atribuida a Pitágoras: “gracias a los números todo se vuelve bello”

[5] https://muac.unam.mx/

[6] Zaha Hadid Architects. Diseño como segunda naturaleza (28/10/2018 – 3/03/2019). De esta exposición salió un catálogo: Zaha Hadid Architects. Diseño como segunda naturaleza. (2018). MUAC-UNAM, México.

[7] Schumacher, P. “El diseño como segunda naturaleza” en Zaha Hadid Architects. Diseño como segunda naturaleza, op. cit., p. 39.

[8] Wladyslaw Tatarkiewicz escribe, en su libro clásico sobre conceptos de estética, lo siguiente: ‘La idea de la relación del arte con la naturaleza ha cambiado a través de las épocas como resultado, entre otras cosas, de los cambios que se han dado en la interpretación del arte y en la interpretación de la naturaleza’, Historia de seis ideas, Tecnos, Madrid, 2001, pp. 327.

[9] Riechmann, J. (2000). “La industria de las manos y la nueva naturaleza. Sobre naturaleza y artificio en la era de la crisis ecológica” en Un mundo vulnerable, Los Libros de la Catarata, Madrid.

[10] Schumacher, P. op. cit., p. 57. Si no ando errado, sobre la diferencia entre imitar y emular la naturaleza, Frei Otto da alguna clave en su Conversación con Juan María Songel, (1997). Gustavo Gili, Barcelona, p. 71.

[11] Sobre la emergencia de nuevos órdenes y formas irreductibles entre sí, ya advertida hace década por IIya Prigogine, es iluminador el ensayo de Jorge Wagensberg, (2013). La rebelión de las formas, Barcelona, Tusquets.

[12] Sobre este punto puede consultarse, además del libro ya citado de Tatarkiewicz, este de Pierre Hadot, (2015). El velo de Isis. Ensayo sobre la historia de la idea de Naturaleza, Alpha Decay, Barcelona.

[13] Le Corbusier, op. cit., p. 8. Sobre el fundamentalismo geométrico de algunos arquitectos, puede visitarse Nikos Salingaros, (2006). A Theory of Architecture, Umbau Verlag, Solingen, en concreto el cap. 9.

[14] Schumacher, P. op. cit., p. 44.

[15] Hágase memoria: “form follows function” (“la forma sigue a la función”).

[16] Sobre este particular, cada vez más presente en los debates en torno a la sostenibilidad, puede visitarse el clásico de Janine Benyus, (2012). Biomímesis, Tusquets, Barcelona.

[17] Para distinguirla de su periodo deconstruccionista.

[18] Ibid., p. 62.

[19] La crisis del 2008, y la necesaria intervención del Estado (con los impuestos de todos) para evitar el colapso del sistema bancario, es el mejor botón de muestra a este respecto. Y es que, como han dicho algunos críticos, vivimos en un sistema donde, como en los casinos, la banca siempre gana: se privatizan las ganancias y se socializan las pérdidas. No hay, pues, ni ensayo ni error, ni cosa que se le parezca, porque no cabe el error (aunque sí el ensayo, para nuestra desgracia) y, por tanto, no hay en rigor aprendizaje: autocorrección, autorregulación, etc. La tendencia a las concentraciones de poder desde las desregulaciones de los años 80 del siglo pasado así lo demuestran: monopolios, cárteles, trusts, holdings, prácticas dumping, etc. De modo que, todo lo anterior, no son más que milongas repetidas hasta la saciedad con la esperanza de que se conviertan en verdad.

[20] Schumacher, P. op. cit., p. 63.

[21] Sobre las contradicciones irreconciliables que implican el “capitalismo verde”, el “desarrollo sostenible” y demás eslóganes remito a Serge Latouche, (2019). Pequeño tratado del decrecimiento sereno, Icaria, Barcelona.

[22] Sería interesante establecer paralelismos y diferencias con la visión pesimista que presenta del urbanismo. Rem Koolhaas (2014) en Acerca de la ciudad, Gustavo Gili, Barcelona.

[23] Schumacher, P. op. cit., p.53

[24] Tal vez la primera señal ya estuviera enviada en el premio concedido en 2014 a Shigeru Ban por su arquitectura de emergencia. La propia Hadid lo obtuvo en el 2004.

[25] Pueden encontrarse en su cuenta de Facebook, en un post del 13/1/2016.

[26] O tal vez sí; sobre esta polémica me he demorado algo en Arquitectura. Historias de un equívoco, Casimiro, Madrid, 2021, pp. 85 y ss.

Fabio Vélez Bertomeu (España, 1984). Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, y doctor europeo por la misma universidad y la Univeristà di Urbino (Italia). Actualmente, es profesor de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, en el Área de Teoría e historia. Entre sus publicaciones destacan La palabra y la espada. A vueltas con Hobbes (2014), Antes de Babel (2016) y Desfiguraciones. Ensayos sobre Paul de Man (2017). Pertenece al SNI y colabora con los posgrados del INBAL.

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