Los textiles indígenas y el dilema de la apropiación comercial

Por José Manuel Zurita García de Alba y Lissete Alejandra Valerio Villalobos.–

Introducción

La diversidad cultural de cada país juega un papel clave en su desarrollo, en tanto existe una relación entre un pueblo y su historia, tradiciones y forma de ver e interactuar con el mundo. Por ello, un país como México con una diversidad cultural amplia, debido a la cantidad de pueblos indígenas que habitan e interactúan en el país desde hace siglos, lo hace una nación con notables referentes para llevar a cabo proyectos de diseño o rescate cultural.

Dado que muchas de estas comunidades a lo largo del país subsisten por medio de la agricultura y la venta de artesanías, varias empresas de moda –nacionales e internacionales– han estado atentas a los textiles producidos por estas comunidades. En esencia, apropiándose de su cultura y utilizando estos textiles como “inspiración” para fabricar colecciones similares o, en algunos casos, prácticamente iguales con procesos industriales para la venta directa con sus respectivas marcas sin proporcionar retribución económica alguna o reconocimiento a estas comunidades tal y como se establece en la Declaración de la Organización de las Naciones Unidas sobre los derechos de los Pueblos Indígenas[1].

A lo largo de este texto, se explorarán dos marcas como casos de estudio con el objetivo de analizar, cualitativamente, tanto aportaciones como beneficios que ofrecen a los artesanos, en lo relativo al respeto de las tradiciones y proceso de venta: Pineda Covalin y Chamuchic. Con ello, se concluirá acerca de los efectos de la apropiación cultural y las repercusiones en la comunidad.

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Pineda Covalin

Como caso de estudio, Cristina Pineda y Ricardo Covalin son los diseñadores fundadores de la marca Pineda Covalin. Este proyecto comenzó en 1996[2] como un proyecto de venta exclusiva para museos donde la idea era reproducir en formato de pañuelos y mascadas los patrones indígenas representados en las artesanías de estos. Sin embargo, pronto el proyecto despegará para dar lugar a una de las marcas de moda mexicanas más reconocidas a nivel internacional.

La estrategia de Pineda Covalin fue venderles a los extranjeros que visitaban México. De esta manera se pudieron rescatar todos los valores y estética de los diseños indígenas y contextualizarlos a un mercado contemporáneo extranjero. Esto se puede ver claramente como parte de su modelo de negocio, ya que parte de sus más de 100 tiendas a nivel mundial se encuentran en aeropuertos o centros turísticos. Los productos de la marca son producidos de manera industrial principalmente en seda, aunque también cuentan con colecciones en otros géneros.

Sin embargo, en los últimos años Pineda Covalin ha sido el foco de diversas controversias debido a los métodos que utiliza para la elaboración de los textiles, puesto que en más de una ocasión ha sido acusado de plagio, en tanto sus diseños son exactamente los mismos que los que se pueden ver en los bordados indígenas.

Esta empresa es un ejemplo, como muchos otros, de la forma en que un proyecto no regulado puede terminar con consecuencias negativas para un tercero. Sin embargo, hay que tener en cuenta que las intenciones de la empresa no son dañar a estas comunidades, ni mucho menos, y que su modelo de negocios además de ser muy lucrativo se ha vuelto un estandarte para la moda mexicana. Cabe señalar la notable paradoja.

Chamuchic

Claudia Muñoz Morales[3] es la fundadora de la empresa Chamuchic, una marca de moda emergente que, con sede principal en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México, ha generado una sinergia beneficiosa con los indígenas con quienes trabaja para vender productos que respetan la identidad cultural indígena y que tiene presencia a nivel nacional, ya sea por medio de sus diferentes puntos de venta a lo largo del país, en bazares, tiendas distribuidoras o, bien, directamente desde su página web[4].

Esta empresa de moda, que cuenta con una colaboración directa de 18 mujeres de San Andrés Larráinzar[5] una comunidad Chamula, ha logrado un modelo de co-creación muy peculiar en México, conocido como “Comercio justo”. En esencia, busca generar un acuerdo ganar-ganar con la comunidad que trabaja con ella, reconociéndoseles su trabajo, instruyéndolos y pagándoles un salario a cambio de sus diseños y del trabajo manual que existe detrás de la elaboración de dichos productos.

Los productos que Chamuchic genera son hechos con materiales y métodos propios de la comunidad chamula, en cruce con técnicas modernas que permiten la adaptación del trabajo con nuevos formatos, como bolsas, carteras, entre otros accesorios. Lo mencionado anteriormente es importante, puesto que, de esta manera, no solo los indígenas se ven beneficiados directamente del proceso de Muñoz, sino que, también, el legado y las tradiciones son respetadas al ser adaptadas para un nuevo nicho de mercado, ya que se respeta el método del telar de cintura[6]; y los materiales utilizados, en su mayoría, son los mismos que los artesanos usan, asimismo, son ellos mismos quienes realizan las piezas.

La diferencia fundamental es que ahora el proceso de venta y distribución es llevado por un equipo de profesionales, lo que hace que estos productos puedan ser comercializados con una exposición mucho mayor que la que tienen la mayoría de los pueblos indígenas hoy en día.

Existen marcas mexicanas que apoyan a estas diferentes culturas a desarrollar su trabajo sin lucrar con ellos. Además de apoyarlos con materiales y económicamente. Muchos de ellos les brindan capacitaciones para desarrollar sus habilidades y entrar en el campo de las tendencias actuales, sin dejar a un lado su esencia cultural. Por ejemplo:

  • Fábrica social[7]: Empresa social comprometida con apoyar al desarrollo de mujeres indígenas. Se busca que cada prenda represente y cuente la historia de unión que han creado con las artesanas
  • Someone Somewhere[8]: Empresa social con el propósito de conectar a artesanos con consumidores. Los fundadores encontraron la problemática que vivían las artesanas de las comunidades de Puebla, México. En donde sus productos se limitaban a un mercado local y sus productos eran mal pagados.
  • Carla Fernández[9]: El objetivo de esta marca es preservar y revitalizar el legado textil de las comunidades indígenas en México. Sus prendas son realizadas con métodos manuales y se rigen bajo una filosofía de moda ética.
  • Patricia Govea[10]: Colabora con una comunidad wixárika de la sierra de Nayarit. Su idea de proyecto va más allá de sólo plasmar la moda. Ha trabajado con gobiernos locales de Nayarit para brindarles talleres de capacitación a estas comunidades para rescatar las técnicas ancestrales que actualmente no se conocen.

Los efectos de la apropiación cultural

Resnik en la revista Forbes[11] define a la apropiación cultural como “El acto de tomar o utilizar cosas de una cultura que no es la nuestra, sobre todo cuando no se muestra respeto hacia esta cultura”. Es bajo esa definición que se puede afirmar que marcas como Pineda Covalin hacen uso de esta práctica para lucrar por medio de diseños tomados de culturas indígenas a lo largo del país, pero sin considerar su procedencia ni rindiendo tributo a la inspiración utilizada, cambiando los materiales y los procesos para quedarse únicamente con la imagen ignorando el contexto e historia que están en sus formas.

Como se mencionó anteriormente, la razón por la cual los textiles amuzgos tienen un patrón geométrico es debido a una limitante que viene de usar el telar de cintura, pero cuando otra marca recrea esa misma geométrica con máquinas de bordado modernas se pierde la identidad y se convierte en una copia.

Por otro lado ¿En qué le afecta a la comunidad indígena que una marca de moda de lujo esté lucrando con sus diseños? La realidad es que muchas de estas comunidades ni siquiera se enteran de que sus diseños están siendo replicados y vendidos sin su consentimiento y las comunidades que sí lo saben y deciden protestar al respecto no reciben respuesta alguna, lo que acentúa el problema social y de escaso desarrollo económico, sin embargo, aun cuando ignoren que su tradición textil esté siendo usufructuada por personas ajenas a sus comunidades, ello no es una razón para apropiarse burdamente de una tradición que no les pertenece.

Por lo anterior, se puede afirmar que estas prácticas no solo detienen el lento desarrollo de las comunidades indígenas, sino que propician su empobrecimiento, asimismo, el reconocimiento social necesario para tomar en cuenta a estos grupos prácticamente se vuelve nulo, sin omitir que –vorazmente– se les priva de las ganancias correspondientes de la venta de estos productos.

Repercusiones para la comunidad

La antropóloga Martha Turok[12] ha sido una de las portavoces más fuertes, sobre la apropiación cultural, durante los últimos años, y ha propuesto la creación del “Decálogo de Buenas Prácticas”[13]. Un manual que explica de manera ética cómo es que una empresa debe actuar con relación al trato que debe establecerse con los indígenas, o con los materiales indígenas, sin embargo, las empresas no están obligadas a seguirlo de ninguna manera.

Ejemplos tan conocidos, como Pineda Covalin, Zara, Nike o Hermes, están sujetos a la opinión pública, cualquier decisión que tomen puede afectar sus ventas, directa o indirectamente, a causa de esta opinión pública. Como dichas opiniones son presentadas en los espacios mediáticos el impacto en la sociedad dependerá de la magnitud o resonancia de la noticia.

Conclusiones

A lo largo de este texto se han mencionado diferentes casos y perspectivas del papel que juegan los indígenas en la sociedad mexicana del Siglo XXI y por ello cabe hacerse la pregunta ¿Preservar las culturas indígenas nos trae como mexicanos algún beneficio? ¿Vale la pena hacerlo?

La respuesta, por supuesto es positiva. México es un país compuesto de diversas culturas que han coexistido e influido unas en otras durante siglos, si bien en otros países también sucede esto, es más una prueba contundente de que la cultura indígena es fundamento de la identidad mexicana. En términos reduccionistas y en pleno Siglo XXI podemos afirmar que los mexicanos no son completamente españoles, ni completamente indígenas, se trata de una mixtura, perder el componente indígena de la cultura e idiosincrasia mexicana es prácticamente perder una parte de la identidad.

Habiendo establecido eso, cabe preguntarse ¿Cuál es rol del resto de la sociedad? ¿Cómo es que pueden ayudar? Como ya ha sido establecido, el primer paso es alzar la voz y dar a entender que ciertas prácticas no son correctas, reconocer que hay un problema es el primer paso para resolverlo. Después de eso, hay que proponer soluciones para dicho problema, Turok, con su decálogo de buenas prácticas, es un gran ejemplo de cómo una ciudadana común, con conocimientos en el tema, ha propuesto una solución clara y concreta digna de emular por organismos públicos y privados.

Aún queda mucho camino por recorrer, pero, de cualquier manera, el progreso es importante y fundamental para un cambio verdadero y debe ser tomado en cuenta. 

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[Publicado el 4 de noviembre de 2021]
[.925 Artes y Diseño, Año 8, edición 32]

Referencias


La coautora Lissete Alejandra Valerio Villalobos es Licenciatura en Diseño Gráfico (Universidad Anáhuac México Norte), capacitada en áreas como: Diseño editorial, branding, fotografía digital y empaque. Cuenta con experiencia en la creación y diseño de catálogo para marca y empresa textil “Karla D’ Liz”; Content Manager en Sperry Commercials y en Bodhi108. Contacto: livavidesign@gmail.com y en Behance: Lissete Valerio


[1] Organización de las Naciones Unidas (2020) Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. Artículo 31:1. Los pueblos indígenas tienen derecho a mantener, controlar, proteger y desarrollar su patrimonio cultural, sus conocimientos tradicionales, sus expresiones culturales tradicionales y las manifestaciones de sus ciencias, tecnologías y culturas, comprendidos los recursos humanos y genéticos, las semillas, las medicinas, el conocimiento de las propiedades de la flora y la fauna, las tradiciones orales, literaturas, los diseños, los deportes y juegos tradicionales y las artes visuales e interpretativas. También tienen derecho a mantener, controlar, proteger y desarrollar su propiedad intelectual de dicho patrimonio cultural, sus conocimientos tradicionales y sus expresiones culturales tradicionales.

[2] Villeda, K. (2018). Pineda Covalin: la mexicana que pasó de museos a pasarelas de moda. Alto Nivel, Revista Digital.

[3] Lic. en Diseño Textil por la UIA, con especializad en El Istituto Marangoni.

[4] https://chamuchic.com

[5] San Andrés Larráinzar, Chiapas, México, se encuentra dentro de la región de Los Altos. Sus habitantes pertenecen a la etnia cultural y lingüística tzotzil.

[6] El “telar de cintura”, técnica ancestral, la cual funciona a través de un sistema de varillas de madera que, en conjunto con el peso del mismo tejedor, tensan los hilos para, uno por uno y de manera horizontal y recta, ir formando el huipil, por ello los diseños parecen tener un aspecto geométrico, esto sucede como consecuencia de las limitantes de la técnica utilizada.

[7] Chávez, K. (2019). “Empresas sociales impulsando el diseño mexicano”

[8] Chávez, K. (2019). Op. cit.

[9] Parcerisa, C. (2020). “3 marcas mexicanas que trabajan con comunidades indígenas”.

[10] Parcerisa, C. (2020). Op. cit.

[11] Resnik. J. (2016). “Cómo ayuda la moda a las artesanas mexicanas”.

[12] Marta Debra Turok Wallace (Ciudad de México, 1952). Antropóloga mexicana. Considerada como la especialista en textiles tradicionales más importante del país.

[13] Decálogo de buenas prácticas para beneficio de artesanos mexicanos. (2020). Capital 21.

Diseñador gráfico de la Universidad Anáhuac México. Egresado del Programa Genera de Liderazgo Empresarial y del Diplomado de Formación Emprendedora de TrepCamp. Amante de la innovación y el emprendimiento. Finalista del premio A! Diseño en la categoría de diseño editorial alumnos 2019. Actualmente es Intern de Global Product Creation en The Walt Disney Company México.

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