El sonido y el espacio

9 febrero, 2015

Por Saúl Sandoval Villanueva.

Imaginemos que entramos a nuestra habitación y que de forma súbita deja de existir cualquier ruido perceptible. Incluso al grado tal de que el ruido que generamos al caminar, o simplemente el hecho de dejar nuestras llaves sobre la mesa, pueda carecer del sonido de costumbre. Si vivimos en una ciudad, la ausencia de todo sonido pude llegar a ser relajante debido a la carga de estrés sonoro que la vida cotidiana ofrece. Sin embargo, pasados veinte minutos de encontrarnos en esta situación muy probablemente escuchemos sonidos de nuestro propio cuerpo, como el de nuestra respiración o el de nuestros sistemas nervioso o circulatorio. Quizá, después de 40 minutos de experimentar la sensación ésta comience a ser inquietante o desquiciante.

La razón se debe a que el cerebro comienza a demandar fuentes de sonido que le den referencias de espacialidad dentro del lugar que habitamos. Es posible que la anulación de sonido represente síntomas que desestabilicen nuestro equilibrio, provocándonos vértigo y hasta sometiéndonos a un estado de pánico. Por lo menos, esto es lo que dicen algunas personas que han experimentado la ausencia del sonido dentro de una Cámara Anecoica, un invento creado por un laboratorio de la NASA. En México, dicho sea de paso, existe una cámara así en el Centro de Ciencias Aplicadas y Desarrollo Tecnológico de la UNAM.

El sonido puede definirse básicamente como un fenómeno de inmersión de frecuencia de ondas que se contraen y viajan a través de un medio atmosférico y/o acuático, a grandes rasgos, así lo plantea la física. Sin pretensión de metaforizar, el sonido existe en cada momento y situación determinados en la vida de este planeta y no necesariamente podemos definir la experiencia de sus cualidades y calidades auditivas. El hecho de que podamos escuchar el sonido, se debe a que contamos con un sentido auditivo, sentido que se desarrolló y que evolucionó debido a las necesidades de supervivencia en la historia del hombre.

Podemos captar estas vibraciones y traducirlas espacialmente gracias a un sofisticado sistema, compuesto por un conjunto de membranas y huesecillos que mandan señales eléctricas a nuestro cerebro, lo que nos da como resultado la conciencia de interpretación de distintas situaciones. Por otro lado, el encontrarnos en un lugar sin que podamos percibir sonido alguno, equivale al vacío. Es aquí en donde el sonido y el espacio generan una relación de coexistencia, por lo menos en la vida humana.

Ahora, imaginemos el siguiente panorama: salir de nuestra habitación (y poner atención en todos los sonidos posibles), estamos en una calle donde el tránsito, de todo tipo: vehículos, personas, animales, y todo lo que pueda generar un sonido, nos permite relacionarnos con la noción del espacio en donde nos encontremos. Casi todo lo que se mueve genera sonido. Por lo tanto, es posible que escuchemos, casi imperceptiblemente, el ruido del motor de un vehículo que aumenta constantemente (luego, el sonido de dicho vehículo llegará a su nivel más alto para después descender gradualmente). Puede imaginarse el caso de un par de personas que charlan o el del sonido de un ave. En todos los casos no es necesario esforzarse para saber que algo venía hacia nosotros y que en algún momento compartimos con ese determinado evento el mismo campo espacial, justo antes de alejarse. Es decir, podemos calcular las distancias a partir del sonido. Aunque la visibilidad binocular nos ayuda a solventar potencialmente la necesidad de cálculo de distancias o aproximaciones espaciales, es relevante apuntar que existen culturas que utilizan el audio como un referente espacial, como los aivilik, una comunidad esquimal que se relacionan con su entorno natural y análogo a tal grado que puede diferenciar de hasta doce vientos diferentes. A esta comunidad los diversos crujidos del hielo los pueden proveer de referentes para orientarse espacialmente.

Ya sea por supervivencia, u obedeciendo a factores religiosos o de orden cultural, el sonido nos provee de un medio para la interacción social y para que ello ocurra es necesario contemplar lugares o espacios por descarte. El sonido se vincula directamente con el movimiento y esa capacidad de desplazamiento nos da la idea de espacio. Si acudimos a cualquier definición de sonido, en cualquier disciplina, nos daremos cuenta que implícitamente estará el espacio, en cualquiera de sus aristas. No es casual que en las prácticas esotéricas o dogmáticas más antiguas, o en el mundo del arte actual, el sonido tenga cabida como una manera de expresión perceptual.

Algunos inventos sofisticados para la captación del sonido, como el hidrófono, tienen la capacidad de registrar las ondas sonoras que se suscitan en los mares y océanos, determinando también cómo es que cada uno de ellos pueda tener un sello particular (se trata de un sonido irrepetible respecto a cualquier otro del mar u océano). Estos sonidos generan en la mayoría de las personas que los escuchan una sensación de bienestar sensorial y placer perceptual. Incluso hay quienes afirman que el sonido del mar puede ser tranquilizador para los humanos por qué estamos familiarizados con el sonido acuoso desde que somos embriones de 14 semanas de gestación, puesto que en ese momento preciso se desarrolla nuestro sistema auditivo.ImprimirEn el arte el sonido se vincula estrechamente con las artes escénicas y las artes plásticas, debido a su relación con el espacio. Por contar con cualidades plásticas, el sonido puede ser tan escultórico, como lo escultórico tan sonoro. En ambos casos el movimiento constata esa relación aunque ya existen muchas derivaciones artísticas desde mediados del siglo pasado con respecto al sonido y al vacío cómo antítesis de espacio.

La no composición y aleatoriedad de la que hablaba el compositor John Cage, eran una contrapropuesta a la materialidad de la que él no era partidario. Con la ausencia acústica o el silencio, Cage profesaba lo inaudible como una propuesta más del vacío o del no espacio con su obra “4:33”1 . Algunos términos o derivaciones de estas disciplinas siguen dando pauta a la generación de propuestas actuales como el paisaje sonoro, arte sonoro, diseño sonoro y por lo menos una decena de sub-disciplinas que vinculan el arte, el sonido y el espacio. La arquitectura también ha jugado un papel esencial como el entorno en donde estas prácticas convergen. Cómo el caso del Espacio de Experimentación Sonora del Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC), de la UNAM. En este sentido, la posibilidad plástica del sonido en la historia del arte, es un tema que merece una revisión para una futura entrega.

(Publicado el 9 de febrero de 2015)

Fuentes de consulta:

  • Díaz, J. (2012). “Arte, diseño, moda. Confluencia en el sistema artístico.” Cuenca: UCLM.
  • Eliasson, O. (2012). “Leer es respirar, es devenir.” Barcelona: GG.
  • Hall, E. (1966). “La dimensión oculta.” Buenos Aires: Siglo XXI.

1. Esta es la más famosa composición musical de John Cage. Consiste en un pianista que no toca ninguna tecla durante cuatro minutos y treinta y tres segundos. En otras palabras, toda la pieza se compone de silencios, lo relevante es apreciar todos los sonidos incidentales que se presenten durante el acto. Puede ser interpretada con el grupo de instrumentos que se desee.

Artista Visual. Licenciado en Artes Visuales por la Escuela Nacional de Artes Plásticas, UNAM. Cursa la Maestría en Docencia en Artes y Diseño.
Docente de la Facultad de Artes y Diseño UNAM de 2013 a 2016.
Participa en proyectos interdisciplinarios que vinculan la creación de cuerpos escultóricos en registros audiovisuales en formato documental. Desde 2003 desempeña proyectos que desarrollan la investigación que vinculan procesos cognitivos y docencia a partir de la educación radical.

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