Revista .925 ARTES Y DISEÑO

año 11 / edición 44 / noviembre 2024 - ISSN: 2395-9894

Japón y México: Historias de mar y celuloide

12 agosto, 2024

La primera fue su costo; menos de 15 millones de dólares son nada ante los $100 millones de dólares que gastó Oppenheimer[1]. La segunda fue su referente simbólico: Godzilla[2] quien ha permanecido por 70 años en el subconsciente colectivo como uno de los monstruos más representativos a nivel mundial. Tercero y más importante de todos; El amor a la obra que impregnó su director Takashi Yamazaki[3] en Godzilla Minus One[4].

Para nada es casualidad que el kaiju, es decir la “bestia o monstruo” más importante de Japón se haya ganado a rugidos la estatuilla de Premio Óscar a los ‘Mejores Efectos Visuales’. El director Takashi Yamazaki entiende el legado fílmico japonés que le precede, intuye que el séptimo arte no es una expresión monetaria o de producción en masa. Si no todo lo contrario, es un sosiego que se debe de contener justo antes de su explosión. Así como lo exhala Godzilla en las aguas serenas del Océano Pacífico para explotar los navíos nipones.

El primer cinematógrafo llegó en barco a Japón a finales del siglo XIX, durante el periodo Meiji[5], cuando el país se vislumbraba ante la modernización. Se dice que las primeras obras proyectadas fueron de los hermanos Lumière[6], pero que el factor occidental desanimó a la audiencia, por lo que al poco tiempo se optó por representar a los actores de tradición kabuki[7], quienes ante sus caras pintadas y el silencio de la sala permitían la euforia de la audiencia.

Ante el éxtasis por producir películas, surgen las primeras productoras locales, la primera de ellas es Shochiku[8], contaba con apoyo absoluto del gobierno hasta la Primera Guerra Mundial[9], momento donde reestructuró su postura propagandista.

Shochiku, impone una nueva forma de ver cine. La figura de los katsudō benshi[10] o narradores de películas, cambió por completo la experiencia cinematográfica. En este momento, se crea el primer star system japonés. El benshi, era una persona postrada a un costado de la pantalla, su función era narrar el filme de la forma más entretenida posible. Se dice que mucha gente iba a los cines a “escuchar la narración” en lugar de “ver la película”. A la llegada del cine sonoro, los benshi dejaron de tener relevancia y se mudaron al teatro de marionetas.

A principios de los años de 1930 el cine se sonorizó, para Japón representó un nuevo sol, una nueva forma de expresarse. El género de jidaigeki[11] o “dramas de época”, tuvieron un primer auge, los espectadores buscaban gritos y escuchar el cabalgar apresurado. En estos años se producían 500 películas japonesas al año, cifra que solo la superaba Estados Unidos y sus grandes estrellas de la comedia.

Pero el crecimiento económico de la industria dio la oportunidad a la creación de nuevas productoras y nuevos representantes. Directores que ya no buscaban el cine de época de samuráis, querían representar al ciudadano promedio.

Entre ellos destaca Kenji Mizoguchi[12], reivindica a la mujer moderna, aquella que sufre y lidia contra las estructuras sociales. En Cuentos de la luna pálida[13] el director no teme que su actriz principal le dé la espalda a la cámara. En cualquier otra película veríamos las lágrimas en primer plano, pero aquí contemplamos su pena, desde el punto de vista de la sociedad estructurada. Mizoguchi buscó plasmar en sus obras una felicidad imposible.

El otro gran representante es Yasujirō Ozu[14], hijo de comerciantes, se crió en el campo. De niño se escapaba a un pequeño cine que proyectaba los futuros clásicos americanos. Ozu pausó y encuadró al tiempo, le dio un equilibrio sin precedentes.

En Historias de Tokio[15], coloca la cámara a la altura de un hombre adulto sentado sobre un tatami. Filmado a la distancia, con lentes de 50 mm. Nosotros no somos un espectador, somos otro invitado esperando a que hierva el té. Visualizamos a una familia desmoronarse, la sala se difumina ante la nebulosa de la tetera. Un escenario sin grandes lujos, pero que en su encuadre fragmenta el tiempo y otorga la oportunidad de la altura perfecta para comprender los pensamientos de la familia.

Historias de Tokio fue elegida como la mejor película de todos los tiempos según la votación de los directores internacionales más influyentes, y la tercera en la elección de los críticos según el British Film Institute[16] en 2012. Ambos directores permanecieron ocultos durante años para las grandes audiencias. El tiempo hizo que encontraran su magnificencia en la pantalla grande.

La Segunda Guerra Mundial[17] ha terminado, las bombas[18] siguen haciendo estragos y un joven entusiasta aspirante a director es el encargado de surcar la nueva identidad de la nación. Akira Kurosawa[19] fue otra explosión, una bomba de realidad japonesa llena de valores, sembradíos, samuráis e historias magnánimas.

Hablar de su influencia es mencionar los últimos 50 años de cine mundial. George Lucas[20] homenajea en Star Wars: Episodio IV – Una nueva esperanza[21] a La fortaleza escondida[22]. Por su parte, Los siete samuráis[23], tiene un remake western llamado Los siete magníficos[24] dirigida por John Sturges.

Quizás el caso más importante es el spaghetti western[25], Por un puñado de dólares[26], donde Kurosawa demandó al director italiano Sergio Leone[27] por plagio de su filme Yojimbo[28].  Las similitudes en guion son imbatibles, la puesta en escena es calcada y la mirada del joven Clint Eastwood[29] se entrelaza con el temple de acero de Toshirō Mifune[30]. El ronin[31] se convirtió en el pistolero del desierto.

Kurosawa le declaró a Leone: “He visto tu película. Es una película muy buena. Desafortunadamente, es mi película”. La frase quedó como la anécdota, Por un puñado de dólares se convirtió en la obra más redituable para el director japonés.

Citar a Kurosawa es construir una tesis sobre la identidad del sol naciente. Todo sol tiene su cenit y Rashōmon[32] es la puerta de entrada a los grandes festivales, reconocimientos, y al mundo occidental. El filme se catalogó como la gran revelación: Mejor película en el Festival de Venecia, en 1951; y Premios Oscar a la Mejor película internacional y Premio honorífico, en 1952.

Rashōmon narra las diferentes perspectivas de un asesinato. Puntos de vista que no se hilan. Tiempos que no empiezan o terminan. Una historia contada decenas de veces con anterioridad, pero Akira Kurosawa pudo contener esa decena de perspectivas en una sola obra.

Su influencia llega hasta nuestros días. En una entrevista para el portal Criterion Collection[33], Guillermo del Toro[34] comentó las películas que influenciaron en su carrera, y las que resaltan en el top tres, todas son obra de Akira Kurosawa: 1) Trono de sangre[35], 2) El cielo y el infierno[36] y 3) Ran[37].

El director mexicano en su fanatismo por el mundo oriental homenajea a los kaiju en su filme Titanes del Pacífico[38]. Monstruos que surgen de las aguas del océano Pacifico, mar que une ambos mundos.

Los primeros archivos indican que existió una tripulación japonesa compuesta por 130 comerciantes y 60 samuráis que los protegerían en una misión religiosa, arribaron a lo que sería el puerto de Acapulco en el año de 1614. Venían de paso para luego partir a Roma. La misión fracasó, 100 de ellos se quedaron en las nuevas tierras formando comunas.

Tres siglos después el director consagrado Kiju Yoshida[39] por el filme Eros + Massacre[40], es invitado a México a recibir el premio Orden del Águila Azteca. Era su primera vez en México al igual que el navío religioso, la historia la conocía bien el director, por lo que se aventuró a mencionar que colaboraría con la industria mexicana para levantar el proyecto. Por desgracia y sin apuntes exactos, la obra nunca se llevó a cabo. Aunque el director japonés siempre mencionó que se sentía ligado a México hasta su muerte en 2022.

A principios del siglo XX la Revista Moderna[41] envió al poeta José Juan Tablada[42] a Japón para escribir un par de crónicas y así clarificar ideas sobre el país oriental. Dichas crónicas se recopilaron en la obra En el país del sol[43]. Al paso de los años le seguiría el poeta Efrén Rebolledo[44] quien representaría al país como diplomático. La experiencia le daría la oportunidad de escribir dos novelas ubicadas en Japón.

Por el otro lado, en México existió otro cronista “samurái” dedicado a narrar las batallas del General Pancho Villa[45] desde su cámara Graflex[46]. Kingo Nonaka o José Kingo Nonaka García[47] (su nombre mexicano), dejó su ciudad natal Fukuoka y arribó al puerto de Salina Cruz, Oaxaca a la edad de 17 años. Enfermero de profesión y aficionado a la fotografía. El joven que apenas pronunciaba un par de palabras en español se alistó como médico al ejercito comandado por el Centauro del Norte, al poco tiempo Villa lo ascendió como fotógrafo personal en el desarrollo de sus gloriosas batallas.

Nonaka no permanecería mucho tiempo en el puesto, aunque su afán por el país lo hizo viajar por las costas del país plasmando la vida nocturna. Su gran atribución fotográfica fue narrar la recién ciudad formada llamada Tijuana[48], llena de contrastes sociales y culturales, al igual que sus fotografías en blanco y negro.

El General Villa también recibió apoyo directo de la embajada japonesa por parte de Kumaichi Horiguchi[49], quien en 1913 defendió el ataque a la familia de Francisco I. Madero[50]. La embestida se llamó “La decena trágica”. El director nipón Masato Harada[51] reconocido por filmes como Kamikaze Taxi[52], al enterarse de la historia trataría de reconstruir el ataque y el heroico interés del embajador por la Revolución mexicana. Aun no hay fecha de filmación ni producción de la cinta, sin embargo, Harada mencionó recientemente que sigue trabajando en el guion.

Pocos países se pueden honrar de tener crossovers[53] con el director más consagrado en la historia de Japón, Akira Kurosawa. En 1990 fue invitado a escribir y dirigir por uno de sus grandes admiradores, el aclamado director Steven Spielberg[54] quien funge como productor del filme: Los sueños de Akira Kurosawa[55]. Es la única producción que el director japonés filmó fuera de la isla. La obra fue aclamada a nivel mundial y le dio a Kurosawa la oportunidad de encontrarse con el mundo occidental.

Aunque décadas antes a la súper producción estadounidense, México recibió al rostro más icónico para Kurosawa. De la manera menos esperada, el director mexicano Ismael Rodríguez[56] con una carrera altamente consagrada en el cine nacional por sus películas: Los tres García[57], Nosotros los pobres[58] y Dos tipos de cuidado[59], entre otras obras maestras, tiene la ambición de internacionalizar al cine mexicano con la premisa de un humilde indígena oaxaqueño que aspira a convertirse en mayordomo del pueblo.

El guion de su siguiente filme se basó en la novela La mayordomía de Rogelio Barriga Rivas[60]. El rol principal era para su actor de cabecera Pedro Infante[61], pero el también cantante sufriría un accidente que le arrebataría la vida. Ante la desgracia se tenía que buscar a un nuevo actor. Se dice que Rodríguez quedó fascinado al ver Rashōmon, la fisionomía rapaz y a la par humilde de su protagonista era lo que necesitaba para su historia. Así mandó una carta de petición a la productora donde actor japonés Toshirō Mifune tenía exclusividad. En varias entrevistas el director mexicano menciona que las negociaciones fueron largas, pero que Mifune siempre estuvo a disposición del proyecto. Tanto que sacrificó parte de su salario con tal de filmar en México.

El rodaje se ubicó en Oaxaca ante la cámara sublime de Gabriel Figueroa[62]. Para Toshirō Mifune fue la primera vez que visitaba el país, por lo que su español era limitado y que a pesar de su esfuerzo por hablarlo correctamente las deficiencias eran notables. Así que se optó por doblar la voz, Narciso Busquets[63] fue el encargado de darle fonética a los labios sincronizados del actor japonés.

Ánimas Trujano[64] se estrenó en 1961. De inmediato encontró cabida en los grandes festivales ganando el Globo de Oro como mejor película y la segunda nominación al Premio Oscar. Mientras que, en México, Ismael Rodríguez mencionó que el presidente Lázaro Cárdenas[65] había sido el padrino cinematográfico. El comentario se tomó como propaganda política, y los opositores se encargaron de opacar el brillo del filme.

Todas aquellas complicaciones no impidieron que Ánimas Trujano se convirtiera en el gran hito entre dos naciones ligadas por un mismo arte. Y que el actor samurái más importante se haya vestido con sombrero y huipil en su interpretación.

En la antesala del siglo XXI la internacionalización audiovisual japonesa consolidaba gran parte del consumo nivel mundial. En la década de los 90, el anime[66] ganaba en la pantalla chica. En su competencia, producciones de telenovela como El pecado de Oyuki[67] entretuvieron a los grandes públicos.

En la televisión mexicana las referencias se convirtieron en gags estereotipados de la cultura. En esta década durante el mundial de Corea-Japón 2002[68], los personajes como “Taka-Niho” de Andrés Bustamante[69] o la marioneta “Tachidito” alegraron las transmisiones.

En la pantalla grande las referencias eran similares; Mercenarios de la Muerte[70] o El Ninja Mexicano[71] representaban el absurdo y justificación en batallas mal coreografiadas. Mientras eso ocurría, Japón ganaba terreno especializándose en el cine de terror, acción, y animación. De tal modo, ver un capítulo de Pokémon[72] por la mañana, comer sushi por la tarde e ir al cine a ver El viaje de Chihiro[73] podría haber sido lo cotidiano cualquier sábado en los años 2000.

Años más adelante, en el área de la comedia mexicana permeó en Cuando los hijos regresan[74], donde el actor Takato Yonemoto[75] convive con una familia vociferante siendo el único que no entiende el español durante las cenas.

Los documentalistas mexicanos tomaron el tema con seriedad, y han encontrado participación atrayendo la visión oriental a tierra azteca. El director mexicano Pedro González-Rubio[76], en una colaboración con la directora Naomi Kawase[77], mostraron la vida cotidiana y desolada de los pocos habitantes de Nara, Japón en su obra Inori[78].

Mientras que en el pasado Festival Internacional de Cine de Morelia[79] de 2023 se estrenó Yūrei (Fantasmas) de la directora mexicana Sumie García Hirata[80]. Pieza que busca hilar la llegada a México de sus abuelos japoneses, un esbozo de retrato familiar, que en el fondo se convierte en un viaje histórico de las primeras embarcaciones japonesas a México. El documental analiza la diáspora japonesa; La migración, la disparidad, la biculturalidad y una lucha de familias buscando un hogar en una tierra nueva.

En 2024 se cumplen 410 años de relaciones comerciales y diplomáticas entre estas dos naciones que en el plano geográfico están unidas por el Océano Pacífico, mientras que, en el séptimo arte, se entrelazan historias sinceras de pasiones y amores. Siempre con la intención de plasmar el tiempo, tan pausado como la suave caída de una flor de jacaranda o de cerezo en alguna calle de cualquiera de estos dos países situados en las antípodas del orbe. ¶

  • https://inehrm.gob.mx
  • https://embamex.sre.gob.mx/japon/index.php.
  • https://relatosehistorias.mx
  • https://www.japanhousesp.com.br.
  • https://www.criterion.com/current/top-10-lists/125-guillermo-del-toro-s-top-10
  • https://embamex.sre.gob.mx/japon/images/pdf/PRENSA/boletin/boletin-harada.pdf
  • https://www.gob.mx/cultura/prensa/regresar-a-mexico-es-como-estar-en-una-pelicula-kiju-yoshida

Lic. en Negocios Internacionales. Estudió diversos cursos y diplomados: Géneros Cinematográficos en CUEC (2015), Producción de Cine en Centro Bicultural Ruso (2015), Diplomado en Creación Literaria en Escuela de Escritores de México (2016), entre otros.
Critico de cine y creador de contenido digital. Ha publicada Los otoños sin mí (2023, Terra Ignota Ediciones). El milenio que se detuvo (2023, Camelot Ediciones), entre otros textos.

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