Por Jesica Croda Alvarado y María Isabel de Jesús Téllez García[1].
El estilo, el color, los objetos, la variedad artesanal son elementos principales visibles cuando adquirimos una artesanía, ya sea para uso decorativo o funcional. Sin embargo, en la actualidad han adquirido diferentes valores y concepciones que constituyen parte fundamental en el desarrollo artístico y cultural de éstas. El empleo cada vez mayor de elementos kitsch manifiesta una fuerte influencia de las tendencias dominantes en el mercado del arte a nivel mundial. La utilización de ornamentaciones, considerada en ocasiones como antiestéticas, dotan de un valor innovador a piezas con siglos de tradición, como son, en este caso, los corazones de hojalata o milagros, aunque destacando su producción con estándares elevados reconocidos a nivel mundial.
Introducción
Impregnado de matices y críticas a su alrededor, el mundo del kitsch suele remitirnos a ideas de saturación, colorido y a una clara relación con el consumo excesivo de nuestros días. En reflexiones tanto públicas como en discusiones privadas, en las expresiones populares, inclusive en las grandes esferas del arte se repite la siguiente interrogante: ¿Lo kitsch es una inadecuación estética? ¿Refleja una parodia o sátira a la gran hegemonía del arte? Si bien en sus inicios se le utilizó para designar al material artístico barato, o souvenir, actualmente lo encontramos no sólo en las expresiones más diversas del vivir como la arquitectura o el interiorismo, sino en la cotidianeidad, en los performances sociales, en la vida íntima, en las atmósferas y en la manera de materializar, muchas veces, esos “deseos culposos”.
En un ambiente plagado de símbolos vacíos, a veces confundimos lo kitsch con un producto “de mal gusto”, inclusive con una tendencia popular. Pero el aspecto real de este concepto nos revela, con frecuencia, una visión extensiva; es decir, la creación de todo un lenguaje visual. Por lo tanto, resulta necesario ahondar en un tema cada vez más vigente en el siglo XXI planteando ciertas interrogantes o definiendo con claridad conceptos erróneamente utilizados: ¿Qué el kitsch? ¿Cuándo surge y cómo se instala en las expresiones artesanales? ¿Podemos encontrar lo kitsch en los milagros o corazones de hojalata, o por el contrario son elementos propios de éstos? De ser el caso ¿Qué características convierten a una artesanía en kitsch?
Con la finalidad de dar respuesta a las interrogantes antes expuestas, se cuenta con la siguiente documentación: De Thomas Kulka, El Kitsch[2], establece el concepto de esta corriente artística donde se dialoga y se construye una base teórica para su comprensión, resultando un texto medular para la conformación de dicha investigación. De igual manera, el artículo “The Neobaroque and Popular Culture”[3] escrito por Carlos Monsiváis ofrece una visión del kitsch desde la producción artística mexicana; su influencia, reapropiación y cómo se ha insertado paulatinamente entre el gusto del público nacional. Por otra parte, el capítulo “The phanthasmagoria and seduction of kitsch” perteneciente al libro Writing the Yugoslav wars[4] de Dragana Ovradovic, rescata la inmersión de este estilo en Europa del Este, específicamente en Yugoslavia, y el impacto que tuvo durante la guerra del país, dotando así un aspecto sociopolítico de la cultura y las artes en la región. Como parte del contexto, fue interesante observar otros diálogos y retóricas referentes al Kitsch, en este caso literario, con la indagación del título Culture of lies de Drubavka Ugrešic´’s, donde la autora analiza la inadecuación estética promovida por el gobierno yugoslavo. Finalmente, Marta Turok en Cómo acercarse a la artesanía[5], desarrolla una especie de guía para propios y extraños con la finalidad de ejemplificar las diferentes técnicas, materiales y tradiciones, utilizadas en esta labor. Cabe destacar que, ante las referencias revisadas, lo kitsch es un concepto frecuente pero no muy utilizado para la artesanía, aunque ésta pudiera inscribirse en dicha tendencia: su estudio constituye la inmersión en terreno fértil, dispuesto a mostrar su sello particular.
Definiendo lo kitsch
La famosa serigrafía de Marilyn Monroe realizada por Andy Warhol, los cráneos de cristal For the love of God de Damien Hirst, un poster del clásico cinematográfico Lo que el viento se llevó: estos tres objetos culturales, en apariencia diferentes entre sí, reúnen elementos con los cuales estamos familiarizados; constante alegría, frivolidad para agradar, temáticas “cursis” o “aniñadas”, formas y texturas caprichosas en aras de complacer al espectador: estas características podrían enunciar visualmente a un objeto kitsch. Dicho término fue utilizado por primera vez en el siglo XIX entre los comerciantes y marchantes de Múnich para referirse a trabajos baratos o de mala calidad. El vocablo parece provenir de la palabra inglesa Sketch, “diseño” o “boceto”, la cual, debido a un error de pronunciación, se designó como kitsch. La llegada de la Revolución Industrial detonó el crecimiento de la clase “media” o burguesa haciendo su aparición en la escala socioeconómica (Moles 2011: 53). Para Clement Greenberg en su ensayo de 1939, Avant-Garde and Kitsch, esto representa la invasión de la cultura de masas dentro de las “bellas artes”. Esta nueva urbanización perseguía sus propios ideales estéticos, lo que condujo, según Abraham Moles, a una “demografía de las obras”, en donde se buscaba “esencialmente poseerla [obra de arte], único modo de la sensualidad que conviene a una cultura posesiva; es, por lo tanto, poder comprarla y si no es ella, su copia artesanal o en serie” (2011: 55). La acumulación, el frenesí, la inadecuación ganaron fuerza en las esferas sociales, instaurando un nuevo estatus comercial, artístico y cultural.
Simultáneamente, el arribo de los impresionistas marcaba una brecha contundente en la historia del arte. La ruptura entre lo académico (figurativo) y las nuevas formas de observar la naturaleza (pincelada rápida, captura del momento) cimbraron las bases del arte pictórico inamovible desde siglos atrás. Sin embargo, el modo realista de representación se instauró en las concepciones kitsch, cualidad que lo llevó a ser reconocible fácil y rápidamente. Tomas Kulka expone “quien disfruta del kitsch saca, al parecer, un placer semejante al que proporciona la obra de arte”[6] aunque inmediatamente se cuestiona las cualidades estéticas de éste y el porqué es considerado un trabajo menor comparado con la obra de arte. El público en general continúa prefiriendo el fácil acceso iconográfico de las producciones artísticas: el kitsch debe su popularidad y aceptación a que suele obviar los detalles y hablar un lenguaje comprensible para todos. Sin embargo, la delgada frontera entre el “buen” o “mal” arte continua estoica en cuanto a lo popular se refiere.
Un guiño al Neobarroco mexicano
El kitsch ha tomado diferentes significados a través del tiempo, lugar y contexto. Cada manifestación adopta diferentes sistemas de significación basados en las circunstancias históricas. Si para los comerciantes alemanes del siglo XIX representaba un trabajo de mala calidad, actualmente un interiorista acoge la tendencia como medio de producción creativa. Mientras que los esquemas euro centristas del kitsch hacen hincapié en la diferenciación de clases y su apropiación de la gestión artística, en Latinoamérica el colonialismo marcó el encuentro entre los trabajos artesanales indígenas y las técnicas de los maestros europeos. La corriente sincretista puede ser revalorada incluso como kitsch, lo cierto es que el mestizaje cultural vivido entre los siglos XVII y XVIII de la Nueva España, pudiera ser un precedente del kitsch mexicano y latinoamericano. Sin embargo, nuestro contexto posmoderno, lleno de tendencias eclécticas e hibridaciones, asigna una estética multidisciplinaria proliferando lo formal y lo conceptual, ejemplo de esto es el arte contemporáneo. El artista Coco Fusco aporta “Cada cultura Latinoamericana tiene uno o varios términos para describir lo que en su contexto es llamado kitsch: cursi y naco son definiciones de esto”[7].
Los artistas latinoamericanos han estado familiarizados con dicha tendencia desde hace décadas, incluso siglos, tomando algunas manifestaciones culturales específicas, tal es el caso de los altares de muertos u ofrendas creadas para la celebración del día de muertos en nuestro país. A pesar de las investigaciones, los teóricos siguen sin ofrecer una definición clara para el “Neobarroco”. Carlos Monsiváis escribió al respecto “Una sensibilidad compuesta de miles de sensibilidades donde los elementos relacionados al barroco son traídos al presente: horror vacui, el terror por el espacio vacío, la explosión de formas que deleitan su propia presentación”[8]. Así mismo pudiera ser una forma cultural espontánea de cierta sociedad, aunque cabe aclarar el esquema neobarroco dentro del mundo artístico global. Para Severo Sarduy significa “el arte del destronamiento y la discusión” (1972:20). Otras visiones como la de Veit Loers afirman: “se alimenta de imágenes que surgen en la memoria colectiva, de fragmentos culturales, cuyo contexto […] no es reconstruido” (1999:110) por lo que podríamos referirnos no a una vuelta al barroco tradicional en tanto periodo histórico sino a un sistema cultural actual con características propias. Un sistema ligado a la complejidad estética, a su rechazo por lo estructurado, y al igual que el kitsch, su preferencia por el exceso decorativo. Al respecto, advierte José Antonio Maravall “es un arte dirigido –esto es preconcebido y generalizado a través del kitsch– y es un arte conservador en tanto que la movilidad y la ruptura que parecen determinarlo son vanas apariencias; en tanto que su objeto primordial es la preservación de un sistema de valores culturales”[9].
En el caso específico de la artesanía mexicana, quizá debamos contextualizarnos hasta el arte tequitqui, manifestación artística sincretista surgida durante la colonia, producto cultural de la conquista hispánica, la cual podría significar, como se adelantaba en párrafos anteriores, un primer acercamiento a la hibridación de la artesanía actual: cruces cristianas talladas con elementos fitomorfos asociados a la cosmovisión indigenista como el maíz o la serpiente emplumada. Si el barroco representó una respuesta reaccionaria a la contrarreforma promulgada por Lutero, el neobarroco, en palabras de Gonzalo Celorio, pudiera representar una contraconquista, una liberación. El mismo autor hace especial hincapié sobre la siguiente idea: “La mixtura, la simbiosis hacen del barroco americano un arte bizarro, fantasioso, colorido, popular, que lejos de reflejar la sumisión […] es signo vigoroso de la originalidad americana”[10]. Si sumamos a esto expresiones diversas, por ejemplo, el arte plumario o los exvotos, vislumbramos una amplia gama de antecedentes neobarrocos antiquísimos en la cultura popular del país. En el siglo XX nuevos estilos aparecieron en el panorama artesanal: los diablos de Ocumicho, Michoacán o los arboles de la vida de Metepec en el Estado de México, sin mencionar el aspecto literario abrazado fielmente por escritores de la talla de Carlos Fuentes o Jorge Ibargüengoitia. Sin embargo, podemos observarlas también en la cotidianidad: la decoración en el festival del día de las madres, la parafernalia de los concursos de belleza, la explosión de colores inherentes en la cultura mexicana, los pequeños pueblos, incluso los seres humanos por si mismos son ejemplos de kitsch[11].
Los milagros o corazones de hojalata ¿realmente kitsch?
El siglo XIX inauguró la consolidación del arte popular en México. Bajo la nueva demanda industrial, las clases nacientes adoptaron estos bienes como objetos de uso corriente u artefactos decorativos. Si en siglos anteriores, el arte tequitqui representó la simbiosis entre estilos y técnicas derivadas de la conquista, las artesanías, pronto se convirtieron en símbolo de la mexicanidad de la emergente nación. Victoria Novelo explica que por medio de dichos estereotipos se creó una antropología mexicana “en México, las formas artesanales de producción han sido una forma dominante de producción o una forma subordinada a la producción general”[12], esto es, el mundo artesanal ha sido contado explicado, categorizado, representado, y narrado de múltiples formas, por una percepción despótica. A lo largo del texto se han desarrollado los antecedentes del kitsch y el neobarroco, aunque la verdadera interrogante son los corazones de hojalata [Véase figura 1] objetos, los cuales, pasaban desapercibidos y eran indiferentes ante los ojos del turista hasta el boom anglosajón de la región. Herederos de una tradición similar a los exvotos, los corazones eran ofrecidos en favor a la virgen: de ahí se deriva su nombre “milagros”, concepto que se trasladó a una de las corrientes artesanales y decorativas con mayor aceptación comercial en años recientes. Tanto San Miguel de Allende como Oaxaca son centros de creación nacional de estas piezas.
Los artesanos y distribuidores, al ser cuestionados sobre el origen de mencionadas obras, comparten la idea romántica, acerca de que, Guanajuato representa “el corazón de México”. Sin embargo, la religión y en especial la devoción del pueblo mexicano, propició la elaboración de múltiples obras con dicho carácter simbólico[13]. Aparte del significado histórico que conlleva, la artesanía se ha visto como un medio de trabajo, una herencia que pasa de generación en generación, un aprendizaje, un hábito, y a diferencia con otras partes del globo, los locatarios saben que probablemente están adquiriendo productos de primera necesidad. Ya se adelantaba al tratar el neobarroco sobre las múltiples concepciones que el kitsch posee dependiendo su contexto y lugar, el contraste de los colores y materiales [Véase figura 2] recuerdan viejas épocas o se asocia con el llamado “exotismo” esa fulgurante fascinación por manifestaciones culturales fuera de los dominios eurocentristas.
La premisa de abordar una obra mediante sus cualidades estéticas nos lleva a cuestionarnos ¿Lo kitsch puede ser catalogado de la misma manera? ¿En qué posible escenario encaja la artesanía mexicana? Si dicha tendencia recurre al “realismo” o a la representación superficial, es acertado conectar ciertos elementos artesanales desde una visión común, “el kitsch no crea belleza; su atractivo no se debe a los méritos artísticos de la representación sino al atractivo del objeto referenciado”[14]. Así, el producto representado suele suscitar la mayoría de las veces emociones espontáneas, deseos caprichosos, incluso, una urgencia por poseer, según lo teorizado por Moles, la copia artesanal o lo más cercano a ésta. Las convenciones gráficas difundidas hasta el cansancio, o lo que conocemos actualmente como “pop”, ronda al imaginario colectivo desde hace más de cincuenta años. Ahora bien, la necesidad de identificación inmediata, promulgada por la creciente clase media, obligó a una inmediatez en tanto lo visual que impactó en la innovación artística “el kitsch nunca se atreve con estilos que aún no han sido digeridos”[15].
Bajo la perspectiva del arte académico, con A mayúscula, la base de la artesanía es producir material en serie, de fácil comercialización y donde generalmente los creadores o artesanos quedan en el anonimato debido a la multiplicidad de sus obras. Martínez Peñaloza explica “la industrialización ha afectado la producción […] ahora es más accesible gracias a las vías de comunicación, al influjo de los medios masivos de propaganda”[16]. Difícilmente el arte popular se encasillaría por decisión propia en los parámetros de ciertas tendencias modernas, pero el mercado internacional legitima en base a la asociación representativa. “El kistch no desarrolla las posibilidades de la composición, no amplia el poder expresivo, no recrea, no innova. Trabaja con estereotipos”[17]. Desde este punto de vista los corazones de hojalata compartirían una estética kitsch. Sin embargo, si nos guiamos bajo los parámetros antes citados, sería una cualidad desarrollada, en concordancia con estos tiempos de celebrante banalidad, aunque su valor intrínseco se haya mantenido casi invariable desde el origen de estas expresiones. [Véase figura 3]
Conclusiones
Los estilos de una temporalidad y un contexto distinto convergen en nuestra cotidianeidad más fuerte que nunca. Es por ello que ciertas manifestaciones, olvidadas o desapercibidas hasta hace algunas décadas, cobran especial atención entre el público actual. Aunque el kitsch y la legitimación de la artesanía mexicana surgieron en el siglo XIX, factores como la moda o la decoración, suelen impulsar ciertos estilos concretos. Para el mundo del arte o el diseño la revalorización de técnicas, los materiales e ideologías, simboliza la continuación de su quehacer, transformando e innovando sus producciones. El caso de los milagros, o corazones de hojalata, representa fielmente lo antes mencionado: una costumbre popular, religiosa, recontextualizada como un objeto de ciertas características estilísticas, difundida masivamente. La tradición artesanal se reinventa en nuevos tiempos y ritmos, viviendo la importancia de la lentitud y la singularidad. Por lo que debemos siempre recordar que el hacer manual requiere justo eso: tiempo, pausa, un proceso, para continuar con tan relevante labor sin importar una tendencia. ¶
(Publicado el 14 de noviembre de 2018)
Fuentes de consulta
- De la Torre, F. (1944). Arte popular mexicano. México. Trillas.
- Everett, S. (1991). Art theory and criticism: an anthology of formalist, avant-garde, contextualist, and post-modernist thought. North Carolina: Mcfarland & Company Inc.
- Kulka, T. (2011). El Kitsck. Madrid: Casimiro.
- Lindych, A. (2001). “Nuyorican Baroque: Pepón Osorio´s Chucherias”. Art Journal, 60, (1), 72-83.
- Martínez Peñaloza, P. (1988). Arte popular y artesanías artísticas en México. Un acercamiento. México: Secretaria de Educación Pública.
- Monsiváis, C. (2009). “The Neobaroque and Popular Culture”. Modern Languaje Association, 124, (1), 180-188.
- Novelo, V. (1993). Las artesanías en México. Chiapas: Instituto Chiapaneco de Cultura.
- Obradovic, D. (2016). Writing the Yugoslav wars. Toronto: University of Toronto Press.
- Turok, M. (2001). Cómo acercarse a la artesanía. Querétaro: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Recursos digitales
- Celorio, G. (2001). “Del barroco español al neobarroco hispanoamericano”: Catedra Julio Cortázar. Guadalajara, México. Disponible en: http://www.jcortazar.udg.mx/es/documentos/del-barroco-espanol-al-neobarroco-hispanoamericano. [Consultado en Julio 2018]
- Vidal, A. (2012). La era Neobarroca. Alegoría, teatralidad y éxtasis sensorial: Croma Cultura. España. Disponible en: https://www.cromacultura.com/neobarroco/. [Consultado en Julio 2018]
[1] Dr. en Imagen, Tecnología y Diseño. Profesor-Investigador de Tiempo Completo. Departamento de Diseño. División de Arquitectura, Arte y Diseño. Campus Guanajuato. Universidad de Guanajuato. Contacto: tellez.isabel@ugto.com
[2] Kulka, T. (2011). El Kitsck. Madrid: Casimiro.
[3] Monsiváis, C. (2009). “The Neobaroque and Popular Culture”. Modern Languaje Association, 124, (1), 180-188.
[4] Obradovic, D. (2016). Writing the Yugoslav wars. Toronto: University of Toronto Press.
[5] Turok, M. (2001). Cómo acercarse a la artesanía. Querétaro: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
[6] Kulka, T. (2011). Op. cit.
[7] Lindych, A. (2001). “Nuyorican Baroque: Pepón Osorio´s Chucherias”. Art Journal, 60, (1), 72-83.
[8] Monsiváis, C. (2009). Op. cit.
[9] Celorio, G. (2001). “Del barroco español al neobarroco hispanoamericano”: Catedra Julio Cortázar. Guadalajara, México.
[10] Celorio, G. (2001). Op. cit.
[11] Monsiváis, C. (2009). Op. cit.
[12] Novelo, V. (1993). Las artesanías en México. Chiapas: Instituto Chiapaneco de Cultura.
[13] De la Torre, F. (1944). Arte popular mexicano. México. Trillas.
[14] Kulka, T. (2011). Op. cit.
[15] Kulka, T. (2011). Op. cit.
[16] Martínez Peñaloza, P. (1988). Arte popular y artesanías artísticas en México. Un acercamiento. México: Secretaria de Educación Pública.
[17] Kulka, T. (2011). Op. cit.