‘Se me adelantaron’.– Rufino Tamayo y las pinturas rupestres de Baja California

Por Eréndira Meléndez Torres.–

Enigmas delineados con forma humana, así podemos definir las pinturas rupestres de Baja California[1] sobre las que solo nos queda especular. Desde mi formación de artista, recurro a un acercamiento poniéndome en los pies del otro para imaginar qué pensamiento o sensibilidad fue el motor de quienes produjeron aquellos vestigios. Entre los especialistas hay un debate, para algunos es arte rupestre, para otros, expresiones gráfico-rupestres. Para mí, el hecho de encontrarse entre los enigmas visuales que impactan a quienes se acercan a estas manifestaciones y que requieren además de estudios y opiniones de expertos, están en el ámbito del arte. Factura, materiales, miradas que nos comunican con un universo desconocido y un proceso creativo que a todos nos intriga. Dentro de este universo especulativo y fronterizo, valen las asociaciones libres, y también personales –al menos nuestra Academia de Fronteras[2] se encuentra también, en esos términos, en busca de conocimiento sin censurar lo descabellado, lo inaudito; al igual que el arte, construimos desde la cuerda floja, a veces, incluso, a pesar de los límites sistemáticos de la investigación.

Con esta advertencia en mente, seguí una línea muy personal de pensamiento artístico con base en un acervo memorioso –también personal–[3]. Tal vez haya que acotar los tiempos de la obra del pintor al que me refiero, sin embargo, sus personajes (una vez pasada aquella etapa en la que algunos lo ubicaban como el cuarto[4]) tienen un espíritu (rememorando aquello del espíritu de la época, que no por ser lugar común deja de ser espíritu, o acuerdo lingüístico) afín al de las pinturas rupestres. Junto con Carlos Gutiérrez[5], en cuya obra se dan cita cenizas y texturas para abordar temas ancestrales, especulamos sobre los materiales que tal vez se usaron en los muros de Baja California; además, hablamos sobre la similitud que detecté con algunas de las figuras de Tamayo, y fue entonces cuando me compartió la anécdota sobre lo que el maestro exclamó al ver las pinturas rupestres: “Se me adelantaron[6]«.

Los conceptos en juego para abordar el tema traen al presente obras de las que no tenemos certezas, a un cálculo alrededor de una cifra de cuatro ceros de años de su creación, nada es verdad, así como no es verdad la historia, sino a la luz de quien la escribe. Resulta que la pasión por la imagen nos puede decir más cosas en una lectura literal, este tipo de lecturas con frecuencia se vuelven hallazgos, no arqueológicos, pero sí discursivos, personales –creo que requiere mayor precisión–, tal es el caso, por ejemplo, de la fotografía: el desafío que impone el intento por describir lleva a construir certezas personales –que es ya un punto de partida– no con la intención de convencer a los demás sino para ir al encuentro de una idea y su hilo conductor.

Aquí los elementos parecen claros y elocuentes: por un lado, la idea de las sombras proyectadas en las cuevas y algunas pinturas del maestro Rufino Tamayo, asociación libre tal vez, los materiales para esas representaciones que pudieron ser cenizas, los colores asociados a los amaneceres, a la sangre y los blancos extraídos también de las cenizas y de las evidencias de la luz que al mismo tiempo dan pie a la especulación y son fuente de información.

Aquí no es difícil imaginar que Tamayo pintara sus figuras de manera intuitiva, vemos referentes formales en las piezas prehispánicas de la colección que fue formando a lo largo de su vida y que dejó como legado al patrimonio, primero de Oaxaca y luego del mundo. La colección se encuentra en el Museo Rufino Tamayo de Oaxaca[7].

Tal vez acercándonos a su obra, con preguntas acerca de las pinturas rupestres, podemos armar un buen rompecabezas. Lo cierto es que el maestro visitó el sitio y su frase que da título a este ensayo es, al igual que sus personajes, fresca y candorosa.

Sin duda, el maestro pudo llegar a esas representaciones sin conocer las rupestres, de tal suerte que su ideación figurativa nos acerca de lleno a un tiempo ancestral, difícil de captar por más avances científicos que podamos tener.

El dibujo, y sus etapas evolutivas en las obras en Baja California, revela mucho, y la elección de elementos con trazo que podría llamarse infantil, es un legado que también Picasso anheló y que obtuvo luego de mucho trabajo: “En aprender a pintar como los pintores del renacimiento tardé unos años; aprender a pintar como los niños me llevó toda la vida”.

La cualidad de los trabajos de Tamayo que sugieren soluciones infantiles nos devuelve una noción de etapas del pensamiento, de la percepción, que pueden ser parte de nuestra condición humana, generales tal vez si encuentran su cauce.

No creo que los pintores de la cueva estuvieran codificados, o por lo menos no como lo están nuestros dibujantes ante la perspectiva arquitectónica, por ejemplo, o el descubrimiento de los escorzos, que por ahí está, de manera incipiente, en algunas de las pinturas rupestres.

Podemos establecer ciertas similitudes entre piezas de Tamayo y algunas de las pinturas rupestres; visualmente tal vez nos lleven a algunos descubrimientos. ¿Pero de dónde salen esas evocaciones? Otra línea de análisis, además de las etapas de nuestro desarrollo mental, puede ser a partir de los juegos de sombras de su proyección y hasta de la memoria que don Rufino tuvo para construir sus personajes entre degradaciones de color, luces y sombras que guiaron sus trazos.

Personajes definidos por la proyección de su sombra y el detalle de la dimensión

Aunque los testimonios que dejaron a los jesuitas, algunos de los informantes indígenas de la zona, reportan que fueron gigantes los que pintaron las cuevas, no hay ningún dato científico que lo compruebe. Aunque si hubo un grupo étnico de talla más alta que el común, no se puede asegurar la existencia de personajes de las dimensiones que las pinturas definen. Lo cierto es que el contraste de las figuras antropomorfas rígidas, en su rictus icónico, llama la atención por el movimiento que logran en los animales: los venados se mueven plácidamente en el espacio, mientras hombres y mujeres solo están con los brazos en ángulo y las manos hacia arriba. Tal contraste se podría explicar a través de la delimitación de las sombras proyectadas y dibujadas en los muros; y las manos extendidas quizá indiquen un ademán de captura, alguna mueca amenazante o incluso, si nos remitimos a la presencia del agua en la zona, a un movimiento de los brazos para desplazarse dentro de ella. Habría que demostrar, si, por instinto, podrían nadar o bien imitar el desplazamiento de los animales en el agua.

Pero ¿a qué respondía la necesidad de representarse de gran tamaño? Una hipótesis es que a través de las pinturas evocaron su dominio, si aceptamos que era la magia la que definía sus intenciones, escalar dimensiones, también era la representación del ascenso de su poder.

Por otra parte, cabría recordar que año con año, la zona recibe las visitas de los enormes mamíferos marinos, las ballenas grises, que miden alrededor de quince metros de largo.

Al margen de las especulaciones de los lugareños acerca de la autoría de gigantes, es posible afirmar que las escenas de caza que narran las pinturas rupestres tenían una función mágica de acercamiento y apropiación de la inmensidad, y estos animales, las ballenas enormes con sus crías amistosas, tal vez asombraron a aquellos ancestros; incluso podríamos suponer que las consideraron deidades; más aún, tal vez la posición de los brazos emula las aletas de una ballena, adaptadas a los brazos humanos.

Ellos evocaron poder, yo evoco la sensación que me deja tocar uno de esos grandes animales, y me parece un amistoso apretón de mano con algún gigante de cuento y, sin duda, la sensación se parece a la experiencia estética ante la obra de Tamayo, o a la sensación que me dejaría el encuentro con las pinturas rupestres con todo y su tamaño. ¿Cómo explicar esa captación de sensaciones? ¿Cómo describirla?

Una figura mágica acompañaría a los cazadores para dominar animales que por su ferocidad no resultaban ni cercanos, ni amistosos, y serían difíciles de atrapar. Por el contrario, las ballenas enormes que llegan en plan juguetón con sus crías no dejan de ser, además de espectaculares, seres que pudieron causar temor y a su vez una comunicación amable que soluciona el temor mismo.

¿Cómo llegar a esa dimensión?, ¿cómo acercarse siquiera? Entra ahí la magia de la sombra, un recurso para escalar su propia dimensión, gracias a la aproximación que la luz les daba. Imposible demostrarlo, pero sí especular al respecto. Si no soy suficientemente grande, la magia del sol que permite la vida –deidad principal en numerosas cosmogonías antiguas– también permite proyectarme y crecer mi propia imagen; así la protección de una imagen que yo mismo proyecté me permite la bendición solar, el poder emanado de mi propio ser… ¿Qué más se puede necesitar?

@ Ángel Uriel Pérez López.
No es difícil imaginar que Tamayo pintara sus figuras de manera intuitiva, vemos referentes formales en las piezas prehispánicas de la colección que fue formando a lo largo de su vida. Ilustración de @ Ángel Uriel Pérez López.

Tamayo visto desde su sombra

Resulta evidente que la visión crítica sobre Tamayo se centra en la discusión entre su obra y la de los muralistas, los Tres grandes, discuten todos si su obra se oponía o no al mexicanismo, al nacionalismo o si es una continuidad vista desde otra perspectiva, Tamayo el “Indio”, una de sus etiquetas, era un indio elegante, alto. Recurrió según la crítica al primitivismo, pero solo referido a lo indígena prehispánico, también, según la crítica, ubicado en las vanguardias. Sin seguir del todo la línea académica, sin agregarnos al corpus, que así lo cataloga, podemos colocarnos en una perspectiva distinta, para ver que su obra es más ancestral que lo prehispánico indígena[8]. Es notable el asombro que reporta él mismo al ver las rupestres, el proceso creativo de Rufino Tamayo, tal vez inicia con un delineado de figuras, pero no humanas, sino de las figuras prehispánicas de su propia colección. Separar su obra de toda la fortuna crítica y verla desde una perspectiva centrada en el proceso creativo, nos obligaría a estudiar el asunto de la percepción, del inconsciente colectivo, tal vez, el reflejarse en su identidad indígena era ir hacia atrás, o hacia el interior de una sensibilidad ancestral.

Las piezas prehispánicas pudieron haber sido el vehículo para viajar al pasado, a la manera de Plinio que habla de la apropiación del otro a través de delinear su figura y, al darle volumen, tener la magia de la presencia simbólica; con Tamayo podríamos marcar una secuencia inversa, un viaje creativo con la guía de la sensibilidad de un artista en trance creativo, tuvo como resultado obras similares a las de las cuevas. Digamos que la línea del delirio cuántico –el mío, aclaro– no solo está hacia el futuro, sino también al pasado, el tesoro de la apropiación a través de la imagen. Seguramente, Tamayo tenía en su acervo visual las pinturas de Altamira, pero no las que representaban figuras humanas. También, seguramente tenía la colección de sellos prehispánicos, y sin embargo la representación de texturas y contrastes es similar a lo rupestre de Baja California. “Se me adelantaron”, dijo, y ya era octogenario, o tal vez el arte de la representación estableció una liga de comunicación con aquellos pintores, magos, chamanes o solo artistas en busca de reflejos propios y que, hoy por hoy, son universales.

Otra veta posible es tratar de estudiar las pinturas rupestres no como documento histórico, la lupa de la historia puede ser una camisa de fuerza, lo es, porque obliga a concatenar lo que opinaron otros, a excepción de los registros avalados por la ciencia, las conjeturas antropológicas, (aunque sean la base) también pueden limitar otras reflexiones que proponemos desde el arte. Desde esa mirada artística, podemos ver el asunto con una vertiente distinta, abordarlos desde una categoría de documentos creativos, a los que habría que someter a otros parámetros de estudio. Podríamos pensar en una percepción similar de todos los tiempos, y todos los tiempos serían épocas de los procesos creativos, incluso tomarlas concatenadas a la obra de un creador afín a una mentalidad centrada en colores, formas, cosmogonías que construyen resultados gráficos con parentesco alegre, así como este encuentro entre Rufino Tamayo y los anónimos pintores rupestres de Baja California.

[Publicado el 11 de mayo de 2021]
[.925 Artes y Diseño, Año 8, edición 30]


[1] Baja California (oficialmente Estado Libre y Soberano de Baja California), es uno de los treinta y un estados que, junto con la Ciudad de México, conforman México. Su capital es Mexicali, está ubicado en el extremo noroeste del país, limita al norte con el estado estadounidense de California, al este con Sonora y el mar de Cortés o golfo de California, al sur con Baja California Sur y al oeste con el océano Pacífico. Fue fundado el 16 de enero de 1952 tras más de un siglo de ser territorio federal del México independiente.

[2] La Academia de Fronteras del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas fue un espacio de lecturas y discusión, fue integrado por Esther Cimet S., María Elena Durán, Ana María Rodríguez, Alicia Sánchez Mejorada (+) Graciela Schmilchuk, Leticia Torres, Margarita González Arredondo y la autora. En este grupo se publicó “La mirada ante lo invisible”, (2013). Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura. México. Disponible: https://drive.google.com/file/d/1_OGQif5iALqlcEcr9enqF82RaXlH8emj/view.

[3] Rufino del Carmen Arellanes Tamayo (Oaxaca de Juárez, 1899 – Ciudad de México, 1991). Pintor mexicano.

[4] José Clemente Orozco (1893–1949), Diego Rivera (1886–1957) y David Alfaro Siqueiros (1896–1974) son las tres figuras más relevantes de la pintura muralista mexicana del siglo XX, formaron parte de la generación postrevolucionaria que traía a flor de piel los ideales nacionalistas, con el arte influyeron en la cultura y reivindicaron principios como la igualdad entre las clases sociales. Fueron conocidos como los Tres Grandes fueron los artistas más renombrados del muralismo gracias a su relación con José Vasconcelos.

[5] Llegué con mi reflexión a platicar con uno de los artistas de mi generación, que trabajan con ceniza, con texturas, con lo ancestral, buen pintor, obsesivo coleccionista de música y vivencias por las cantinas de la Ciudad de México, dos veces baja de su estudio en Huixquilucan a jugar tenis y acude a alguna cantina, a mirar, sobre todo, obra en los museos, personas y también a especular. Lo cierto es que Carlos Gutiérrez Ángulo, acumula los materiales que se le aparecen en la vida cotidiana para pintar

[6] http://www.jornada.unam.mx/2002/12/05/05an1cul.php?origen=cultura.html

[7] http://sic.gob.mx/ficha.php?table=museo&table_id=103

[8] https://icaadocs.mfah.org/s/es/item/759012#?c=&m=&s=&cv=&xywh=110%2C199%2C2133%2C1194

Maestra en Artes Visuales con orientación en Arte Urbano, por la FAD. Investigadora en el Cenidiap/INBAL . Autora del proyecto Abrevian ensayos y videos. Administrdora el Grupo Cartografìas de la Investigación artística. Temas: Diseño gráfico. Imprenta Madero. Educación artística. Cartografías y mapeos. Articulos y libros en: Diseño A, Abrevian Ensayos, Círculo de Arte, Catálogo Mueso Cuevas. Videos en: cenidiap.net

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