Banksy, el anonimato perfecto

9 noviembre, 2015

Por Francisco Mendoza Pérez.

Pretendíendolo o no, Banksy se ha convertido sin lugar a dudas, en uno de los más connotados y visibles representantes de las manifestaciones artísticas contemporáneas, concretamente del denominado street art.

Provocador por excelencia, entregado a la manifestación contracultural y a la conducta transgresora, desarrolla una importante producción en tanto rinde culto al anonimato. Tanto o más que el que comparte con Martín Marguiela, el también afamado diseñador Belga.

Y lo hace en buena medida por cuestiones operativas, de oficio, y de discreción, ésta última, obligada más que necesaria para entrar y salir de los museos con lo que de otro modo parecería arrogancia: colocar las suyas al lado de las demás obras, de un modo ingenioso y que en realidad –si lo vemos– es una de las formas más rápidas de participar en la exhibición. De golpe, por asalto, de buenas a primeras, antes de ser aceptado o incluso invitado, anticipándose y sin esperar, es decir, mucho antes de recibir el reconocimiento y la aclamación oficiales. Y es que el sentido del acto, dentro de otras cosas, consiste en cuestionar justamente, los protocolos de aceptación, los tiempos y las razones de la espera.

Podría además decir, justificándose, que aprovecha, en términos de urbanismo y legislación, el “uso de suelo” ya acreditado para hacer de paso no sólo al museo o a la galería sino a la historia del arte misma, objeto de su crítica mordaz. Formato que le ha permitido no sólo ensayar sus múltiples acciones y creaciones, sino hasta alcanzar el éxito y la visibilidad que muchos desean con ansia.

Hacerlo de acuerdo con su compromiso político, sin desatender sus evidentes cualidades artísticas y empresariales, con gran éxito, en el centro mundial del capitalismo: Los Estados Unidos, es todo un logro.

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Paradójico porque lo realiza con lo que significa justamente lo opuesto al culto emblemático de la personalidad, método habitual para alcanzarlo, y es que hacerlo además, sin perder rasgos característicos de individualidad, o estilo, como se le dice, pese a la animadversión de sus detractores, lo hace parecer una auténtica proeza.

¿Será acaso que estamos presenciando el nacimiento de un nuevo paradigma? seguramente no, es altamente improbable que a cualquiera que así lo intente le funcione. Debemos recordar también que hasta no hace mucho tiempo la práctica del graffiti estaba considerada un acto subversivo. En buena medida vandálico, aun cuando en la actualidad la actividad ha ido ganando terreno y aceptación, esto debido a que los gobiernos no sabiendo que hacer con los ejecutantes terminarán optando por abrirles espacios, bajo vigilancia y regulación.

Su modo de ir contra las reglas le funciona tan bien que la sociedad le mira incluso con simpatía, pese a sus destrozos físicos e iconoclastas. Con excepción propiamente dicha de las autoridades claro está. Sin embargo debido al éxito alcanzado se han visto en la necesidad de transigir, sin considerar que sea un buen ejemplo a seguir, lo cual genera una interesante controversia.

Contar con un sentido del humor probado, y con los muros de una ciudad a su disposición en lugar de lienzos, le han permitido –si cabe la expresión– que el objetivo de su denuncia sea múltiple, jugando con los valores de una sociedad como todas, en crisis, burlándose hasta el cansancio del capitalismo y acortando aquellas distancias e inquietudes que existen siempre entre el espectador y la denuncia, con las ganas que tiene de manifestarse la ciudadanía y no encontrando una forma efectiva, Banksy se anticipa y se encarga de ello, de manera desinteresada. Está en consecuencia, no tiene que tomarse más molestia que la de identificarse y si es el caso asentir.

Estar en el anonimato por definición significa ser invisible, apartado y desconocido, condiciones que le son totalmente ajenas, todo mundo ve lo que hace y por ello en cierto modo lo conoce, si alguien falta, las cadenas de televisión se encargan de hacerle llegar el mensaje al tiempo que proporcionar propaganda gratuita.

Tradicionalmente el artista se ve en la necesidad de buscar el reconocimiento y la visibilidad, pensemos en el caso de Dalí, luego, para alcanzar el éxito se requiere por supuesto, contar de preferencia con obra de buena calidad y propuesta que le respalde, para que salga el numerito… porque sin ella no hay visibilidad que pueda.

Polémico discurso y situación harto comprometida, en tanto asunto delicado, en principio por lo ilícito. Y no es por justificar sino por acreditar que la rebeldía con sentido, con inteligencia y sobre todo con talento puede bien, impactar en el ánimo y en la conciencia de los, en este caso, obligados espectadores, que deben rebasar, por cierto, en números a los de los sistemas tradicionales de acarreo y de turismo cultural.

Lo que ven es arte, se deben de preguntar con insistencia los ciudadanos londinenses, y prudentemente pudiéramos decir que no hay como estar preparados para las redefiniciones. Hay que agregar que su creatividad obedece a facultades de origen, no es un artista por haberse matriculado en una escuela, ni deja de serlo por provenir de la calle, y en todo caso es evidente que cuenta con formación artística, formal o informal. Formación que buscan últimamente más jóvenes que abandonaron el graffiti, o que siguen en activo, y que resultan cada vez mejor acogidos en las escuelas de arte.

El autor es Profesor adscrito a la Facultad de Artes y Diseño Plantel Taxco de la UNAM.

(Publicado el 9 de noviembre de 2015)

Licenciatura en Artes Visuales con orientación en Pintura y Grabado, ENAP, UNAM. Estudios de Maestría en Artes Visuales con orientación en Pintura y Grabado, Academia de San Carlos, UNAM. En la actualidad es académico de la FAD en el Plantel Taxco

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