Año 12 / edición 46 / Mayo 2025 - ISSN: 2395-9894

Visibilizar la infancia: transición del concepto y su importancia en el diseño y la comunicación visual


La gente asume un rol central, y las decisiones visuales involucradas en la construcción de mensajes no provienen ya de supuestos principios estéticos universales o de caprichos personales del diseñador, sino que se localizan en un campo creado entre la realidad actual de la gente y la realidad a la cual se desea arribar después de que la gente se encare con los mensajes (p. 3).

Conforme a la cita contigua, las personas y sus circunstancias específicas son elementos determinantes para la construcción de mensajes u objetos visuales; en el caso de este artículo, son determinantes la niñez y su “realidad actual” —para una mayor especificidad— en la construcción de imágenes para la ilustración de libros infantiles. Sin embargo, como diseñadores y comunicadores visuales, ¿qué tanto atendemos a este carácter central del diseño? ¿En qué medida nos hemos despegado del concepto universal de infancia, el cual ha permeado de manera particular la literatura infantil y sus imágenes? ¿Qué tan relacionados nos encontramos con este público en particular?

Una de las hipótesis que conforma esta investigación es que a la niñez se le mira poco o de manera ambigua[2] y generalizada, y que desde los ámbitos editorial y de la ilustración se tiene poco contacto con ella. De ser así, ¿dónde se inicia la construcción de mensajes que se le dirigen si no se ubica en el centro de las decisiones, o acaso se parte de “principios estéticos universales o de caprichos personales” para su definición y atención? En el contexto de la posmodernidad como horizonte epistémico de este trabajo, a la que en fechas recientes se ha sumado el concepto de transmodernidad,[3] por ser de mayor pertinencia para el contexto latinoamericano y con la intención de situar de forma adecuada el objeto de estudio, se reconoce a la infancia como una etapa humana con características específicas, diferenciada de la juventud y la adultez. A ello se suma el pensamiento transicional —de lo moderno a lo posmoderno en el contexto europeo— de Françoise Dolto (1985) —pedagoga francesa moderna—, la cual abona a esa afirmación al mencionar:

Se hace un discurso sobre el niño,[4] mientras que cada niño es absolutamente desemejante de otro en cuanto a su vida interior, en cuanto a la forma en que se estructura según lo que siente, percibe y según las particularidades de los adultos que lo crían. El estado de infancia existe en relación con la edad adulta futura en la medida en que hay diferencias específicas como, por poner un ejemplo, las etapas de desarrollo del sistema nervioso.

En este tratamiento, presentado por la autora en la primera mitad del siglo xx, se habla de un “estado de infancia” diferenciada de la adultez por una situación de desarrollo físico y por una clara distinción entre quienes la transitan derivada de vidas internas y crianzas particulares. Esto coloca a la niñez fuera de una homologación o unicidad en su configuración, contrario a lo que se asumía en el ámbito de la literatura infantil un siglo atrás. Al respecto, Gómez et al. (2017) mencionan que “hasta bien entrado el siglo xix parecía no existir una preocupación real por el niño como destinatario. El adoctrinamiento y el texto como transmisor de los valores imperantes guiaban las intenciones didácticomoralizantes […] de las obras”.

En ese sentido, el aparente descubrimiento de la infancia y su tratamiento específico en la literatura infantil —ya fuera como tema central o como público lector— tiene apenas un par de siglos. De acuerdo con esos autores, didáctica y moral impregnaban las publicaciones dirigidas a la infancia, lo cual es conocido por muchos estudiosos del tema y que la mayoría de las veces se retoma para señalar la visión adultocéntrica que permeaba la literatura infantil y, junto con ella, la ilustración. La propia Dolto (1985) denunció esta visión de la literatura infantil:

Aunque se conmueva con la infancia, aunque considere al niño un personaje de novela, la literatura del siglo xix ofrece de él una representación solo social y moral o bien hace una recreación poética del verde paraíso perdido o de la inocencia escarnecida. Es nada más que un discurso adulto sobre lo que se ha convenido en denominar “el niño” (p. 34).

Lo anterior confirma que “el niño” ha sido una convención, un concepto homologado, visto y recreado desde la visión adulta; un molde en el que comenzaron a vertirse fórmulas sociales, genéricas y universales que moldearon la literatura infantil de los siglos xix y xx y, por lo tanto, la ilustración, que es el objeto de estudio de la investigación en curso.

Esto que Dolto denunciaba en su época parece que solo se ha actualizado con el tiempo. Comenta Graciela Montes (2001) en pleno siglo xxi y en el contexto latinoamericano que nos convoca:

Lo infantil pesa, pesa mucho y, para algunos, mucho más que la literatura. Es natural, no puede dejar de pesar: una literatura fundada en una situación comunicativa tan despareja —el discurso que un adulto le dirige a un niño, lo que alguien que “ya creció” y “sabe más” le dice a alguien que “está creciendo” y “sabe menos”— no puede dejar de ser sensible a este desnivel. Es una disparidad.

Aquí la autora evidencia una “situación comunicativa […] despareja” en relación con la visión adulta de la infancia en este siglo y, en particular, en el ámbito de la literatura; por otra parte, menciona “lo infantil”, que da pie a una ampliación del concepto pero sin terminar de esclarecerse. Si esto se aborda en lo textual por parte de diversas autoras y autores, ¿qué pasa con las imágenes y con la ilustración en los libros dirigidos a la infancia? ¿Cómo se aborda su representación? ¿Cómo y quién(es) decide(n) qué elementos se presentan o no? ¿Cuáles son las posturas de diseñadores e ilustradores en relación con la infancia? Estas cuestiones resultan fundamentales, pues el libro en su materialidad y la ilustración editorial dirigidos al público infantil pertenecen a la esfera de acción de diseñadores y comunicadores visuales.

Las aportaciones de las autores y autores mencionados otorgan bases para una visión de la infancia menos etérea, más específica, pero que aún es posible asumir con tintes “universales”, homogeneizada, si no se hace un esfuerzo por “localizarla”,[5] situarla y mirarla en nuestro contexto, con la intención de esclarecer el papel que juega en los materiales dirigidos a ella. En ese sentido, el Manual para Organizaciones Sociales de Infancia de América Latina y el Caribe (2021)menciona que “la infancia, como grupo etario, considera a niñas, niños y adolescentes como titulares del conjunto de los derechos consagrados para todos los seres humanos”. Asimismo aclara, en relación con la Convención sobre los Derechos del Niño, que esta “universaliza la consideración de las niñas, niños y adolescentes como sujetos de derecho, ratificando el principio de igualdad que subyace a la idea de que todas las personas, incluidos las niñas y los niños, gozan de los derechos consagrados para los seres humanos”.

En ambos documentos se observa la especificidad de la infancia y la enunciación de niñas y niños y, con esto, una transición de los conceptos de lo infantil y el niño hacia el de niñas y niños, en el cual se reconocen la pluralidad y la diferenciación entre género y las etapas diferenciadas respecto a la juventud y la adultez. Esto, a su vez, trae consigo conceptos adyacentes y de importancia para la época actual, como los derechos humanos y la igualdad.

Cabe reconocer, en ese sentido, los avances alcanzados en el ámbito político —permeados hacia los ámbitos cultural y social— en materia del reconocimiento de las niñas y los niños, quienes durante mucho tiempo fueron poco nombrados y, en todo caso, soslayados, asumidos e invisibilizados. Asimismo, la visión de Manfred Liebel (2019) abona al concepto en tanto que menciona que “es importante hacer hincapié en que no hay solo una infancia pero siempre diferentes infancias, ya sea en vista de la historia, ya sea con vistas a las biografías individuales, o con vistas a diferentes sociedades y culturas”.[6] Las palabras del autor permiten transicionar desde el término infancia hacia el plural infancias y, con ello, afianzar la diversidad que constituyen tanto sus distintas etapas como sus contextos —sociales y culturales, formas de crianza, etcétera—.

Figura 1. Transición del término de acuerdo con los preceptos históricos y filosóficos expuestos en el texto. Una vez que se reconoce a las niñas y los niños de manera diferenciada, también se reconocen sus contextos y la diversidad de circunstancias para configurarlos en esta etapa. Por eso se habla, en este siglo y en el contexto latinoamericano, de ”infancias”. Elaboración de la autora.

La transición del término que se muestra en la figura 2 provoca que se sumen más conceptos relevantes, como el de alteridad, que el pensamiento transmoderno propone con la finalidad de visibilizar a los sectores menos favorecidos, en este caso las infancias.[7] La alteridad es el reconocimiento del otro, de sus circunstancias, al tiempo que propone una mirada incluyente y situada para confrontar el soslayo, la hegemonía y la universalidad. Desde esta postura, en el contexto latinoamericano y en consideración a lo afirmado líneas arriba, se hace necesario recordar la importancia de mirar a las infancias de cerca para cumplir con nuestro papel de diseñadores y comunicadores visuales.

Figura 2. Configuración de las infancias. Esquema de los elementos que constituyen las distintas infancias según las aportaciones de las autoras y los autores mencionados. En torno a las infancias se observan elementos que inciden de manera directa en su configuración tan diversa: modos de crianza, contextos históricos, sociales y culturales, cuestiones de género y edades, entre otros factores. Elaboración de la autora.

Lo expuesto hasta aquí muestra la transición del concepto de infancia al pasar de lo singular a lo plural, donde tienen cabida las infancias (véase figura 3) desde lo genérico y homogéneo hasta lo particular —niñas y niños— y la diversidad que las caracteriza en el ámbito histórico, en sus contextos, en sus formas de crianza y en sus distintas etapas. Estos conocimientos se gestaron y transformaron a lo largo de dos siglos y aún en el xxi continúan integrando elementos para una definición más completa, más precisa y más situada que facilite su comprensión y un mayor acercamiento.

En ese sentido, las palabras de Graciela Montes (2001) apuntan hacia algo fundamental que revierte la asunción y la convención de las infancias por un trato directo que mira, atiende y (re)conoce:

Me limito a señalar que nuestra sociedad no ha confrontado todavía, serenamente, como el tema merece, su imagen oficial de la infancia con las relaciones objetivas que se les proponen a los niños, porque una cosa es declamar la infancia y otra muy diferente tratar con niños. Solo cuando franqueemos nuestra relación con ellos podremos franquearnos con su literatura (p. 19).

Y en relación con estas palabras, también podría decirse que “podremos franquearnos” con sus imágenes, con las ilustraciones dirigida a niñas y niños. Para esto es necesario que las personas dedicadas al diseño y la comunicación visual ampliemos nuestra mirada, salgamos de nosotras mismas y hagamos a un lado los “caprichos de diseñador” para situarnos en la realidad que nos acontece, a modo de (re)conocer a nuestros públicos, entre estos evidentemente las infancias y sus características particulares, para las cuales producimos.

La identificación del término para dirigirnos a ellas y su enunciación en el ámbito del diseño funge como una herramienta inicial para el reconocimiento del público infantil y de lo infantil cuando se aborda en la ilustración. Al nombrar las infancias en pleno siglo xxi, se reconoce la diversidad que las abarca y las conforma. Con esto se abre quizá una ventana al conocimiento más cercano de estas y a la configuración de comunicaciones más conscientes e informadas dirigidas a las infancias, si tal es la intención. ¶


Docente de la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Maestra en Diseño y Comunicación Visual y estudiante de Doctorado en Artes y Diseño por la UNAM. Su investigación está enfocada en las/los actores de la industria editorial, la cultura visual, la visibilidad de las infancias, la ilustración editorial y la pos y la transmodernidad. Integrante de GIAE_Grupo de Investigación en Arte y Entorno; Editora Ejecutiva de PROCESUAL, Revista de investigaciones en arte, diseño y cine de la UNAM. Diseñadora editorial independiente y artista de collage.

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