Pequeñas grandes cosas

12 noviembre, 2019

Por Blanca Alicia Carrasco Lozano.

Cada día nos despertamos con noticias que dan terror, al menos a mí me ponen a temblar y me hacen cuestionarme sobre el mundo que hemos creado para vivir. Medicamentos y alimentos adulterados con sustancias que ponen en riesgo la salud de quienes los consumen, engaños constantes en la calidad de los productos que las empresas producen y comercializan por todo el mundo. ¿Y la ética? ¿La integridad? ¿La consciencia? Esos valores de los que nos jactamos y que nos definen como “humanos” ¿Dónde están?

Detrás de cada escándalo –por deportistas lesionados, a causa de tenis mal hechos, por el agua suministrada en lugar de medicamentos especializados, por vacunas que (en lugar de prevenir) matan, o derivado de nuestro sistema económico actual y, en especial, del proceso de comercialización– tuvo que estar un diseñador, un profesional de la comunicación visual, o al menos tuvo que estar incómodamente cerca.

¿Qué pasa con la integridad de nuestro gremio?, en qué lugar de nuestros procesos de diseño la incluimos. Es más… ¿acaso la incluimos? ¿Cuántas veces hemos hecho nuestro trabajo sin poner consciencia en él, percibiéndolo como un hecho aislado y no como una red de sucesos que afectan a otros seres?

Sirva este intento para llevar a la reflexión, o al menos para plantear cómo es que coexistimos con la integridad, con la ética –más allá de la calidad en nuestro trabajo– y con la consciencia de ser parte de un gran rompecabezas social. Habrá muchos que, atentos a este tema, saldrán a decir que sí; que por eso se dedican a hacer los créditos de las películas, o que su desempeño profesional lo realizan en algún campo del diseño que no implique ceder, ignorar e incluso doblegar la consciencia del Ser. Estas líneas son para los “otros”, para aquellos que, por necesidad, por ignorancia o por afán de adquirir fama y de alimentar su ego, son partícipes de las grandes mentiras del sistema económico y político actual.

Sí bien es cierto que cada cabeza es un mundo, también sabemos que “cerca y juntos, como en nuestras manos los dedos”[1], son conceptos que nos pueden facilitar el camino; formamos parte de una red, de una comunidad e integramos este nodo –nos guste o no, lo queramos o no– y nos afecta directa o indirectamente.

Hace poco que como sociedad dejamos atrás la ilusión de tener estudios universitarios para ser y hacer una diferencia significativa en nuestro campo de estudio, hoy vemos a los universitarios que con obtener un “empleo” dentro de este enorme engranaje económico se dan por satisfechos, unos pocos más alcanzan a vislumbrar que tendrán que forjar ese “gran puesto” ellos mismos, sin embargo, el sistema con el que crecimos, para el que nos domesticaron se está desmoronando.

La sociedad requiere urgentemente contar con una comunidad de diseñadores y comunicadores visuales, atentos, despiertos, conscientes y comprometidos con su tarea, en quienes se pueda confiar, que sepan con total claridad que cada uno, desde su trinchera (profesores, alumnos y profesionales de la comunicación visual), está al pendiente de informar y comunicar con veracidad e integridad, de intervenir e interferir cuando sea necesario. De acuerdo con Harari: “es peligroso confiar nuestro futuro a las fuerzas del mercado, porque estas fuerzas hacen lo que es bueno para el mercado y no lo que es bueno para la humanidad o para el mundo”[2].

Hemos oído y repetido varias veces que el diseño tiene su base en la satisfacción de una necesidad, innata o adquirida y sabemos que profesionales de las ideas tienen una particular oportunidad de hacer una contribución personal al mundo que los rodea. Para que esta labor se realice con un alto grado de profesionalismo y responsabilidad, de una manera congruente y coherente, aquel diseñador debería conocerse y reconocerse como un ser humano integral y con una perspectiva holista[3], que cuente con bases firmes en teorías elaboradas por científicos reconocidos internacionalmente por sus aportaciones a la evolución del conocimiento humano, sería un gran apoyo. Sin embargo, a no ser que esta visión empiece a formar parte de la academia, el camino para lograrlo será arduo y me atrevo a decir que ya no contamos con tanto tiempo.

Los profesores, maestros, doctores en la materia, administrativos, donde se estudia y se aprende a ser un “diseñador o comunicador visual”, tienen la batuta. Son ellos quienes tienen que, o necesitan, comprender que sus alumnos –esos seres humanos con los que interactúan día con día–, encuentran su identidad y el significado a su vida a través de nexos con su comunidad, la naturaleza y con un código claro de interacción (a lo que comúnmente denominamos valores) y que necesitan del ejemplo, de la guía; de mentores comprometidos en comprender el aprendizaje y la motivación a través de la observación científica del comportamiento, sabedores de que los seres humanos tenemos una natural potencialidad para aprender. Los mentores deben reconocer que es más satisfactorio y enriquecedor para todos que los alumnos aprendan a aprender y que vean el aprendizaje como un proceso igualitario; que consideren las aulas como un lugar en donde se permita la franqueza y el desacuerdo y que mantengan dentro de ellas una estructura relativamente flexible; que estén convencidos de que hay muchas formas de enseñar y de aprender sobre un mismo tema. Se necesita que los maestros se vean a sí mismos como catalizadores o facilitadores, agentes del aprendizaje y no de otra causa.

De no hacerlo seguiremos proveyendo a la sociedad de diseñadores, sumisos, miedosos, y fragmentados. La ya mencionada visión holista[4] es un modelo educativo que cuenta con amplia aceptación de la Organización de las Naciones Unidas[5] (ONU), nos permite acercarnos a la forma de aprender-conocer-interactuar de un ser humano, permite incluir la idea del conocimiento como un bien social desde una visión integral multinivel y multidimensional. Saber que experimentamos y conocemos el mundo a través de las dimensiones: corporal, emocional, cognitiva, social, estética y espiritual y que podemos actuar desde diferentes niveles de conciencia que van desde lo personal, comunal, social, ambiental y cósmico –si se me permite el término–, nos permite un mejor conocimiento de uno mismo, vislumbrar dos caminos para afrontar las experiencias vivenciales (desde el miedo o desde el amor), que estamos hechos de relatos que nos hemos dicho a nosotros mismos y que es preciso remembrar para identificar su origen y así facilitar el desarrollo de conciencia y fomentar la armonía universal.

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© ÁNGEL URIEL PÉREZ LÓPEZ, 2019

Afortunadamente para los profesores comprometidos con las nuevas perspectivas de enseñanza, hablar de educación, estrategias educativas, procesos de enseñanza aprendizaje, generación de ambientes de aprendizaje más holísticos, sin duda ya no es tan problemático cómo hace 20 años, cuando la ONU a través de la UNESCO[6] recomendó la implementación de esta metodología para todas las escuelas. Mucho se ha avanzado desde entonces en valorar las pequeñas cosas de la vida cotidiana, comprendemos que las pequeñas cosas son las que evitan los naufragios. La educación da conciencia y existen valientes profesores que, en estos años, han explorado, modelado, integrado diversos sistemas educativos a su cátedra.

Paso a paso, nos vamos alejando de viejos paradigmas sobre lo que era “educar”, hoy vemos cada día formas más idóneas de fomentar la conjetura y el pensamiento divergente como parte del proceso creativo, actividades que procuran educar al cerebro entero, potenciar la racionalidad del hemisferio izquierdo con estrategias holistas no lineales e intuitivas, insistir en la confluencia y fusión de ambos procesos.

Para promover la escucha y obediencia a la autoridad de su propia voz interior, el alumno precisa de tener un profesor con una sana estima de sí mismo, un ego con pocas necesidades y una escasa necesidad de ponerse a la defensiva así podrá ocuparse de los resultados que cada individuo alcanza en función de su potencial interés por poner a prueba los limites externos, por trascender las limitaciones percibidas.

Una piedra angular en el ejercicio profesional del diseñador está en que si cada solución interfiere en la cotidianeidad de otro ser humano es preciso ser conscientes de que continuamente interferimos en la vida de otros cohabitantes del planeta, tener esa consciencia fomentaría la automotivación y la autorregulación para convertirnos en individuos integrales, holísticos.

Es preciso definir qué valores queremos que le den sentido a nuestro quehacer profesional, recordemos que “El sentido se crea cuando muchas personas entretejen conjuntamente una red común de historias”[7]. Si ya sabemos que lo que da sentido a los actos humanos es que la familia, los amigos y los vecinos compartan creencias, es momento de crear para nuestra profesión y ¿por qué no? para nuestras vidas, bucles más conscientes, vinculados a la integridad, al bienestar y al bien común.

Para tomar las decisiones correctas hay que conocernos y conocer más y mejor el mundo en el que estamos inmersos y por supuesto llevar la consigna de que a través de nuestro quehacer profesional podemos provocar en nosotros y en nuestra sociedad el gusto por la investigación, el conocimiento y la enseñanza. 

(Publicado el 12 de noviembre de 2019)

Fuentes de consulta:

  • Cebrián, J. L. (2000). La Red. Punto de Lectura, España.
  • Gallegos, R. (1999). Educación Holista, pedagogía del amor universal. Pax México. México.
  • Harari, Y. N. (2017). Homo Deus, breve historia del mañana. Penguin Random House. Debate. Barcelona.
  • Krishnamurti, J. (1983). La urgencia de una nueva educación. Orión. México.

[1] “In tloke in nauake yuhki tomanpiluan” Tradición oral de la cosmovisión Tolteca.

[2] Harari, Y. N. (2017). Homo Deus, breve historia del mañana. Penguin Random House.

[3] Fundación Internacional para la Educación Holista (Ramón Gallegos Nava) https://ramongallegos.com/

[4] Del griego “hólos” (entero, completo). El holismo es una posición metodológica y epistemológica según la cual el organismo debe ser estudiado no como la suma de las partes sino como una totalidad organizada, de modo que es el «todo» lo que permite distinguir y comprender sus «partes», y no al contrario. Las partes no tiene entidad ni significado alguno al margen del todo, por lo que difícilmente se puede aceptar que el todo sea la «suma» de tales partes.

[5] https://www.un.org/es/

[6] https://es.unesco.org/

[7] Harari, Y. N. (2017). Op. cit.

Diseñadora gráfica egresada de la ENAP (hoy FAD), UNAM, se ha planteado como objetivo de vida resolver necesidades de comunicación de una manera congruente, con una visión del mundo orientada, a que la integridad ambiental, el bienestar social y la eficiencia económica se unan para brindar un buen servicio. Su pauta a seguir son la creatividad intelectual, la conducta responsable, un entrenamiento formal que permite el aprendizaje metacognitivo y autorregulado

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