Año 12 / edición 46 / Mayo 2025 - ISSN: 2395-9894

El arte de la luz natural: fenómenos y aplicaciones en la arquitectura


La luz natural ha sido una fuente inagotable de inspiración para la humanidad. No es simplemente un elemento funcional en el diseño arquitectónico; se trata de una fuerza viva que transforma el espacio, invoca emociones y conecta a las personas con su entorno. Desde el amanecer hasta el atardecer, moldea nuestra percepción del mundo, al redefinir los ambientes de manera continua. Este juego dinámico de luz y sombra, de tonos y temperaturas, tiene el poder de convertir lo ordinario en lo sublime, pues dota a los espacios de un sentido de temporalidad y profundidad que trasciende la mera funcionalidad.

Uno de los fenómenos más evocadores de la luz natural es el atardecer, cuando el sol desaparece tras el horizonte y marca el final del día. Este fenómeno, resultado de la rotación de la Tierra, permite que aquella estrella cruce un plano y desaparezca de nuestra vista, solo para aparecer en otro rincón del planeta. En este momento se produce la hora dorada, caracterizada por una luz cálida y suave que transforma el paisaje en un escenario de tonos rojos, naranjas y dorados, la cual envuelve el espacio en una atmósfera de tranquilidad y genera una conexión emocional con el entorno (García y González Trevizo, octubre de 2019-marzo de 2020).

La hora dorada es el instante en que el sol se rinde al horizonte y la luz se deshace en el aire. Es el esparcimiento de Rayleigh en su último acto: durante el día, el azul domina porque su luz, más ligera, se dispersa primero en la atmósfera. Sin embargo, al caer la tarde, el astro se inclina y su luz viaja más lejos, con lo que cruza más aire y pierde el azul en el camino. Solo quedan los tonos densos y pesados —rojos, naranjas, dorados—, que pintan el mundo con la calidez de un adiós alargado en el aire, cual un susurro que se resiste a desvanecerse, en un fenómeno óptico en que la luz se dispersa al chocar con partículas muy pequeñas en la atmósfera (Jauregui, 2018).

Figura 1. Atardecer en Holbox, Quintana Roo, 2024. Fotografía del autor.

Este fenómeno es aplicable en el diseño arquitectónico, al permitir que los espacios interiores se beneficien de los efectos de la hora dorada. Un ejemplo notable es el corredor de la casa Gilardi (1976), vivienda unifamiliar construida para la familia de ese apellido y diseñada por el ingeniero y arquitecto mexicano Luis Barragán Morfín (Guadalajara, 1902-Ciudad de México, 1988). Allí la luz se convierte en una herramienta poética que moldea y define los espacios. Su uso meticuloso genera contrastes que no solo iluminan, sino que también otorgan vida y carácter a los ambientes. En el corredor que conecta el vestíbulo con la alberca-sala, la luz natural atraviesa ventanas pintadas de amarillo, que producen un tono cálido similar al de un atardecer y transforman el espacio en un refugio acogedor y evocador (Navarro Jover y Marcos, junio de 2022).

Figura 2. Pasillo de casa Gilardi, Ciudad de México, 2023. Fotografía del autor.

El diseño de Barragán filtra la luz de manera controlada, al proyectar haces largos y estrechos en las paredes y el suelo del corredor. Estos difunden sombras lineales que se alargan y cambian a lo largo del día, para añadir dinamismo al espacio. La interacción entre la luz ámbar y las sombras enriquece visualmente el corredor y guía la mirada del observador a lo largo del camino, con lo que se gesta una experiencia sensorial envolvente (Navarro Jover y Marcos, junio de 2022).

Otro fenómeno natural que ha cautivado a la humanidad es el arcoíris. Este juego sublime de luz y color revela la poesía intrínseca de la naturaleza y nos recuerda la belleza efímera del entorno. La teoría del arcoíris desentraña los misterios ópticos que permiten que este fenómeno se manifieste y ofrece una comprensión profunda de cómo la luz, al interactuar con gotas de agua en suspensión, motiva algo tan efímero y hermoso (Nussenzveig, 1996).

El arcoíris no es solo una refracción de luz, sino también un diálogo íntimo entre el sol y las gotas de agua. Cuando un rayo solar penetra una gota, su trayectoria se desvía y la luz se descompone en los colores del espectro visible. Esta dispersión ordena cada tono en su lugar y dibuja el majestuoso arco que tanto admiramos. Más que un simple espectáculo visual, su formación revela arcos primarios y secundarios, separados por una franja oscura conocida como la banda de Alejandro, una zona de menor luminosidad que se produce entre ambos arcoíris. Este detalle, imperceptible para el ojo no entrenado, es una muestra de la precisión y el orden que rigen la naturaleza (Nussenzveig, 1996).

Figura 3. Arcoíris en París, Francia, 2024. Fotografía del autor.

Un fenómeno similar se observa en la refracción de la luz en el mar, el cual nos conecta con la naturaleza en su estado más puro, al mostrar cómo los rayos de luz se transforman al entrar en contacto con el agua. Este encuentro entre aire y agua es un diálogo silencioso que altera el curso de la luz, además de modificar su velocidad y dirección. Al cruzar la frontera entre estos dos mundos, esta experimenta una metamorfosis óptica, un cambio que transforma la manera en que percibimos la realidad bajo la superficie del océano (Curtis, 2021).

No se trata simplemente de un hecho físico: es un acto poético donde la luz se dobla y da lugar a nuevas formas y colores bajo el agua. A través de la refracción, los rayos que antes viajaban en línea recta se desvían y generan patrones inesperados que juegan con la percepción. El océano, con su capacidad para reflejar y refractar la luz, se convierte en un lienzo dinámico donde aquella danza entre las olas y se disuelve en reflejos de azul profundo, ya que el mar la utiliza como un pincel con el que pinta paisajes submarinos que cambian de modo constante con cada movimiento de las olas para dar forma a una atmósfera de serenidad y misterio (Curtis, 2021).

Este fenómeno se refleja en la Sainte-Chapelle de París, Francia, construida entre 1242 y 1248 por orden del rey Luis IX de Francia, también conocido como Ludovico Nono, San Luis Rey o San Luis de Francia (Poissy, 1214-Túnez, 1270). Esta joya del gótico radiante destaca por su maestría en el manejo de la luz natural. Sus vitrales, que cubren casi la totalidad de la superficie de las paredes, son célebres por su complejidad y la riqueza de sus colores con los que dan vida a una atmósfera etérea inundada por la luz. En este espacio, la luz se convierte en protagonista que define el lugar y lo transforma en una experiencia envolvente. Al atravesar los vitrales, se filtra en capas de colores intensos, para generar un espectáculo sensorial que inspira asombro y eleva el espíritu (Medina del Río, 2012).

Figura 4. Planta y alzado de la Sainte-Chapelle en París. Elaboración del autor.
Figura 5. Interior de la capilla de Sainte-Chapelle en París, 2024. Fotografía del autor.

Ahora imaginemos la luz y la sombra en un día en el bosque, al atardecer. La densa masa de ramas permite que entre un rayo que nos guía por la penumbra de la vegetación o en una tarde de lluvia donde las nubes se abren para dar paso a un haz intenso que contrasta con los grises del cielo, nos guía por el paso del tiempo y sublima aquel momento.

Figura 6. Rayos de luz entre la lluvia, Dubái, Emiratos Árabes Unidos, 2023. Fotografía del autor.

El Panteón de Agripa, en Roma, Italia, es otro ejemplo de cómo la luz sacraliza el espacio. Con su óculo como protagonista, la luz cenital que penetra en el interior del templo transforma lo inmaterial en un elemento tangible. La simplicidad del diseño permite que el haz se adentre en la penumbra del interior y establezca una conexión directa entre el cielo y la tierra. Al entrar, el rayo adquiere una presencia casi física y se convierte en un cilindro de luz que recorre el espacio como un marcador del paso del tiempo (Flores Soto, 2011).

Figura 7. Panteón de Agripa, Roma, Italia. Elaboración del autor.

Por último, no podemos hablar de la luz en la arquitectura sin mencionar los solsticios y equinoccios, momentos exactos de rayos de luz que los mayas supieron aprovechar para generar un objeto luminoso en la pirámide de Kukulcán —deidad maya representada como una serpiente emplumada— de Chichén Itzá, Yucatán. Durante los equinoccios, la sombra de la pirámide provoca la ilusión de una serpiente que desciende por su escalera, para simbolizar la conexión entre el cielo y la tierra. Este fenómeno es un testimonio tangible del vínculo entre el cosmos y nuestro planeta, destinado a ser admirado por generaciones como una danza de luces y sombras que celebra el ciclo perpetuo de la naturaleza. Alineada con una desviación de 20° respecto al norte puro, la arquitectura se convierte en un lienzo cósmico donde la luz da vida a la piedra (García y González Trevizo, 2019).

Figura 8. Planta y alzado de Chichén Itzá, Yucatán. Elaboración del autor.

Este fenómeno comienza unas horas antes del anochecer, cuando una línea serpenteante de luz comienza a formarse en la pirámide. De manera gradual, la luz se divide en siete triángulos invertidos que parecieran descender y representar la figura de una serpiente luminosa en movimiento, producto de la interacción precisa entre los rayos solares y las nueve terrazas escalonadas del templo, la cual desciende lentamente hasta la base, donde la cabeza de Kukulcán recibe su figura de luz (García y González Trevizo, 2019).

Al observar estos fenómenos naturales y su relación con la arquitectura es posible acuñar el término “objetos de luz” para describir aquellos elementos arquitectónicos que, más allá de ser simples receptores de iluminación, se convierten en portadores y modeladores de la luz misma. Estos elementos no solo reflejan o canalizan la luz natural o artificial, sino que la transforman en un componente vital del espacio que dota al entorno de una cualidad casi tangible, como si la luz tomara forma y presencia física en el ambiente. Estos objetos pueden ser desde una ventana posicionada de manera estratégica hasta un material que juega con la refracción de la luz y crea patrones únicos que se despliegan a lo largo del día.

En este sentido, la luz deja de ser un accesorio funcional y se convierte en el alma del espacio, cuyo uso consciente transforma estos objetos en herramientas poéticas que desafían la percepción de quienes habitan los espacios. Al manipular la luz para contar historias visuales y evocar sensaciones de serenidad, misterio o asombro, los “objetos de luz” invitan a la contemplación y generan momentos donde el espacio parece cobrar vida.

Al elevar la luz a un nivel casi escultórico, la arquitectura convierte cada destello y cada sombra en protagonistas de la experiencia espacial. Con los “objetos de luz”, cada reflejo se transforma en un componente esencial de la experiencia arquitectónica, al conectar a las personas con su entorno y generar espacios que respiran, emocionan y evocan una conexión más íntima con el mundo natural.

En definitiva, diseñar “objetos de luz” es aprender a construir con lo invisible; es entender que la arquitectura no solo se alza con muros, sino también con momentos que la luz talla sobre el espacio. Su estudio nos permite concebir lugares que se recorren y permanecen dentro, como un resplandor que nunca se apaga. ¶

Arquitecto por la Universidad Anáhuac Norte, donde colabora en proyectos. Es socio y director de arquitectura en Broissin Architects, firma con la que ha participado en proyectos de gran escala en los sectores gubernamental, educativo, cultural, corporativo, hospitalidad y habitacional. Algunos de estos han sido reconocidos con premios nacionales e internacionales. Cuenta con certificaciones del Tec de Monterrey, la Universidad Iberoamericana y el ITAM. Su línea de investigación se centra en la luz y la sombra como generadores de atmósferas interiores.

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