Año 12 / edición 45 / febrero 2025 - ISSN: 2395-9894

Lo indecible de la muerte

El acto humano de crear arte es un íntimo acercamiento a las lóbregas dimensiones de la mente y el corazón de cada individuo. Por oscuras quiero referir lo insospechado, lo propio que es impropio, los deseos. Deseo de crear. Deseo vital que hace frente a la muerte, pero no para negarla ni combatirla, sino para dar forma a su angustiante amenaza. Ya recuerdo que Friedrich Nietzsche apuntaba que la imagen apolínea hundía sus raíces en el oscuro sustrato de la existencia humana. Que los poetas no negaban el dolor existencial de saberse finitos, de saberse mortales; y que, por tanto, es el arte la transfiguración de lo informe en forma, del llanto en canto, del grito en poesía. El caos es potencia. La potencia es poder ser. Y la voluntad de poder abre los multívocos caminos de la vida y del arte.

La obra de Nizaac Vallejo es el honesto resultado de hacer frente no sólo a la muerte, sino también a la vida. A lo largo de sus dibujos, pinturas e impresos nos propone una realidad virtual que irrumpe con violencia poética para trastocar la común expectativa de la mirada y abrir así dimensiones de una realidad íntima de fuerte impacto social. En su obra habla el pensamiento, pero también el cuerpo, las entrañas, la carne. Un impulso creador que trastoca y disloca lo verosímil, lo descriptivo, lo narrativo y el sentido común, para erigir mundos virtuales donde tiempos y espacios se trastocan y despliegan lo imposible como real. Vida y muerte se proyectan sobre lienzos que evocan pantallas de cine, sets de grabación y escenarios de teatro, cuyos telones fueron corridos para convertirnos en voyeurs de figuras fantasmales que pueblan mundos donde el recuerdo se funde con la ficción y la fantasía. Ahí, el caos, el sinsentido y el absurdo, devienen en poderosos deshumanizadores del pensamiento que, ajenos a la frivolidad contemplativa, abren realidades alternas, que nos recuerdan las imágenes-cine de la pintura de Francis Bacon y las imágenes-fractales del cine de David Lynch.

Gilles Deleuze, al abordar el cine, creó el concepto de imagen-cristal, la cual supone un acto de reversibilidad entre lo actual y lo virtual, entre lo que es posible como presente y lo que es real porque es idea. En el ir y venir entre ambos planos, la imagen-cristal opera como un circuito de intercambio entre dichas dimensiones al grado de mutar una en otra y se hacen indiscernibles. Sorprende el alcance pictórico de la obra de Nizaac Vallejo, pues su pasión por la centenaria tradición artística lo ha embriagado de formas, de conceptos y de afectos; embriaguez que lo hacen replantear a través de su obra a la pintura misma. Desmonta la perspectiva lineal, y con citas que oscilan entre el Renacimiento, el futurismo y la acción cinematográfica, superpone planos espaciales que se intersecan y abren rendijas hacia lo real. Recursos desfigurantes sugieren enfermedad, agonía, muerte, descomposición, evocaciones expresionistas y neo realistas que perturban y fascinan; que plantean una erótica de lo abyecto que paradójicamente sirve también para encarnar la vida misma y las fuerzas pulsionales que habitan en cuerpos sexuados, deseantes y gozantes. Naturalezas muertas y escenas costumbristas subyacen bajo crudas escenas de mutilación y desollamiento; festines carnívoros, caníbales, que reinventan lo mismo a Johannes Veermer que a Rembrandt, bajo el imperio de líneas fuerza y líneas fuga, de luz neón y reflectores.

Cabe agregar que la coreografía siniestra ejecutada en este mundo plástico, matérico, de formas informes, hace efecto y sentido por la acción alegórica de su propio sin-sentido. No imita ni recrea, la obra de Vallejo se crea, construye perceptos. Él mismo nos mira, desde su estudio, desde sus libros, desde sus ojos. Desde las llamas de su admirado José Clemente Orozco. Su pintura nos confronta porque la mirada del artista se hace una con la nuestra y nos hace cómplices de su universo.


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