Alfabetización digital para la investigación-producción en el futuro

18 noviembre, 2022

Por Carlos Alberto Salgado Romero.–

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La forma de documentación en las distintas áreas, disciplinas y subdisciplinas del conocimiento ha ido modificándose con relación a sus maneras más tradicionales volviéndose más inmediatas, accesibles y diversas. Los criterios, relacionados con la creación, selección, organización y disposición de la información –de recursos documentales en forma de repositorios, considerando, para nutrirlos, todo tipo de formatos digitales de información–, se corresponden directamente con la idea de hacer cada vez más selectiva, efectiva e inmediata, la atención de las necesidades de documentación de investigadores y estudiosos que las ven cubiertas de manera satisfactoria, en muy buena medida.

Con estas maneras de documentación se les ha garantizado el acceso a fuentes de información, de manera eficiente, a especialistas y estudiosos, cuyos temas de interés están relacionados con prácticamente todas las áreas del conocimiento. Estos repositorios se han convertido en un recurso cuyo uso es cada vez más común. Su frecuencia de consulta ha ido aumentando de manera paulatina llegando a ser considerados, por parte de investigadores, y de todo tipo de usuarios que hacen uso de ellos, como sus principales medios de documentación que les permite acceder a fuentes de consulta –incluidas las que son generadas por instituciones académicas en otros países– y recuperar información especializada y actualizada, de manera inmediata, sobre cualquier tema.

Si tuviera que proyectarse –como una respuesta a un tipo de reto a la imaginación–, una idea en torno a la forma que tendrían los repositorios especializados para la documentación en los próximos lustros, tomando como límite un periodo de treinta años, podríamos quizá definir que los repositorios de esos tiempos serían lo suficientemente robustos y variados como para ofrecer, de manera ilimitada, todo tipo de documentos, en formatos digitales diversos, de tal manera que las formas de documentación en su sentido más tradicional habrían sido dejadas, para entonces, completamente de lado. Asimismo, podríamos –asumiendo el mismo reto– proyectar un escenario en el que se tendría una producción mayor de contenidos digitales, destinados básicamente a nutrir y a alimentar los repositorios, contrastando con otro, en el cual se daría una menor producción de contenidos de valor académico en sus formatos más tradicionales, como lo son los libros y revistas que son soportados en papel.

En ese mismo orden de ideas, tendríamos que los acervos de las bibliotecas universitarias se habrían enriquecido, haciéndose completamente integrales, con materiales documentales en distintos formatos digitales de libre acceso (al menos para sus comunidades) a través de plataformas completamente amigables y adaptativas a todo tipo de dispositivos, incluyendo aquellos que estén por generarse.

Con relación a lo anterior, tenemos en nuestras manos una pequeña muestra del grado de impacto que las revoluciones tecnológicas han tenido dentro del sector de la comunicación y de otro más que, más bien, está relacionado, en términos generales, con la producción académica y la difusión del conocimiento y la cultura. El impacto del que se habla bien puede ser reconocido, en esta etapa de la era digital, a partir de analizar y establecer las dinámicas que se registran en dichos sectores y que están relacionadas, específicamente, con las formas en que se consume la información.

Asimismo, la importancia de la incidencia de cada nuevo recurso tecnológico, que acompaña a cada revolución, y sus niveles de impacto, también pueden ser reconocidos, a través de comparar –dentro de las distintas formas de comunicación humana que se han vivido en los distintos periodos, tanto de la era digital como de la analógica–, la manera en que se ha ido facilitando el acceso a la información, pero, también, por medio de definir la naturaleza y las propiedades de los medios a través de los cuales se ha ido consiguiendo ese acceso.

De la misma manera, el nivel de incidencia puede reconocerse tras quedar definida la cantidad de materiales y el nivel de robustez que han alcanzado los espacios que concentran, almacenan, organizan y distribuyen la información en un momento específico, pero, también, después de identificar la constante de elevación relacionada con la frecuencia de uso y de consulta de los diversos medios en los distintos momentos de cada era tecnológica.

Cada una de las eras tecnológicas se corresponde con un nivel de producción y de competencia académica cuya intensidad se ha visto incrementada en la medida en que cada una de ellas se ha ido instaurando. En este sentido, con relación a la producción de conocimiento en la era digital –a través de la publicación de materiales documentales, en los que quedan registrados y asentados datos e información relacionada con las distintas etapas de las investigaciones o que están relacionados con ideas que son producto de reflexiones creativas, innovadoras o trascendentales, en las distintas áreas del conocimiento–, se tiene una constante a la alza que refleja que la productividad se ha disparado y diversificado en términos directamente proporcionales a las maneras en que se ha ido accediendo a él.

La transmisión y divulgación del conocimiento relacionada con esta era digital, y en muy poco tiempo, está en vías de ser socializada en sus formas más plurales y plenas. Asimismo, la generación de diversos formatos, cuyas determinantes están relacionadas con la potenciación y aumento de sus capacidades y alcances, y la creación constante de nuevos dispositivos, cuyas capacidades de recepción y registro son cada vez mayores, se encuentran en correspondencia directa (y orientados en un sentido preciso) con garantizar la transmisión, el almacenamiento, la organización y la recuperación de todo tipo de recursos de información de forma más eficaz, inmediata y precisa.

Sin embargo –en atención a ese reto a la imaginación del que ya se ha hablado–, las formas de documentación vislumbradas a mediano plazo, partiendo desde lo que podría considerarse como la parte inicial de esta era, parecen no distinguirse de manera clara debido al número de variables implicadas. Con lo que sí se cuenta es con una constante definida, que se ha mantenido desde el momento en el que esta era dio inicio. Desde el comienzo de la era la constante de la que puede partirse se ha sujetado a ciertos mecanismos regulares que permiten identificar algunas conductas de consumo de contenidos digitales que pueden ser verificadas a través de consultar la frecuencia de uso de los diversos medios que nos los disponen.

Nótese que se está haciendo énfasis sobre las formas de consumo y no sobre sus modos de producción ni sobre la naturaleza de los contenidos o de sus valores documentales o sobre sus fines de consumo –los cuales podrían estar correspondiéndose con intereses académicos precisos. Desde esta perspectiva, dentro de esas formas de consumo, quedarían incluidas, además, las que están tipificadas como de entretenimiento o cuyos fines son de carácter recreativo. Tenemos pues una forma de consumo digital, de contenidos diversos, en formatos variados, que obliga a todo tipo de generadores de contenidos a producir bajo un ritmo constante de demanda a través de modos de producción que están siendo mediados por intereses particulares que se sujetan a distintos órdenes, pero sobre todo a los que son de carácter económico.

El estadio de la era digital en el que actualmente nos encontramos de ninguna manera se corresponde con el estadio que estará definido en treinta años, aunque los intereses sí podrían ser los mismos. En este sentido, bajo los mismos intereses y considerando la constante establecida, podemos dilucidar una forma de consumo potenciada y un volumen extenso de creadores de contenidos digitales atendiendo todo tipo de necesidades e intereses. La intensificación acelerada de producción de contenidos digitales, como una consecuencia lógica, robustecería las bases, repositorios, sitios web y todo tipo de canales y plataformas digitales de distribución.

Parecería ocioso el hecho de sólo establecer esta obviedad sin ningún tipo de reflexión crítica, sin embargo, el que se tenga vislumbrado un escenario de tal naturaleza nos obliga a tomar en cuenta un aspecto que está relacionado con las formas comunes de consumo de contenidos digitales correspondientes a esta era y sobre las capacidades de recepción y aprovechamiento con las que el consumidor cuenta ante cada contenido que tiene frente a sus ojos.

De acuerdo con lo anterior, y tomando en consideración la forma en que se han visto modificadas nuestras maneras de consumo, en el momento en el que las revoluciones tecnológicas las han hecho más inmediatas o simples, disponiendo los recursos de los que nos valemos, para cubrir o atender alguna necesidad, sea de orden sustancial o vital, o para simplemente satisfacer algún tipo de deseo, la incidencia de las innovaciones que están ligadas a cada revolución, no necesariamente se ve reflejada en un sentido positivo que pueda reconocerse en una forma de bienestar, ya sea en el terreno de lo social o en el plano de lo que puede reconocerse como saludable.

En este sentido, si consideramos, por ejemplo, la manera en que se han ido diversificando e intensificando las formas de producción o procesamiento de alimentos, a partir de la incidencia de criterios específicos en favor de un interés económico, cuyos procesos, mecanismos y directrices se encausan en un sentido distinto a los que estarían relacionados con valores sustanciales en beneficio de los consumidores –que ha acarreado problemas graves de salud generalizados en muchas sociedades, como la obesidad infantil u otros padecimientos relacionados con ciertos hábitos o conductas de consumo negativos.

El hecho de que tengamos ante nosotros una especie de nebulosa velando la apariencia de las formas de consumo de información que estarían dándose en un futuro inmediato se corresponde directamente con la incertidumbre que actualmente se tiene sobre el fenómeno, en tanto no existe claridad plena sobre de qué manera están operando los mecanismos de regulación que están detrás de la producción de los contenidos digitales, ni siquiera se tiene la certeza sobre si es que de verdad existen en sus formas más rigurosas, o sobre la naturaleza o las características de los criterios o motivaciones que definen los modos de producción digital cuyas restricciones parecen estar sujetas a consideraciones en el orden de lo común o que no son del todo claras. Más allá de ello, salvo en contados casos, parece no haber límites de restricción que definan lo que puede o no ser generado o publicado.

No obstante, para el caso de la producción de información especializada que se genera en el ámbito académico correspondiente a las instituciones públicas podemos tener claro que los intereses de producción pueden estarse regulando a partir de la necesidad de difundir y de hacer públicos los avances de investigaciones y de establecer los puentes de intercomunicación disciplinar entre especialistas que están interesados en profundizar sobre aspectos específicos concernientes a los diferentes campos del conocimiento.

Asimismo, existen formas de producción que se sujetan a exigencias promovidas por sistemas del estado que incentivan la creación académica por medio de estímulos económicos que definen la calidad de sus trabajos a través de criterios formales de evaluación que califican su pertinencia, relevancia y trascendencia y a través de los cuales se cobra reconocimiento en ciertas áreas del conocimiento. Con relación a este quehacer, independientemente de los vicios que pudiesen encontrársele o asociársele, tenemos que este tipo de producción, dentro de treinta años, tendrá garantizado un espacio dentro de los repositorios académicos que serán administrados por instituciones públicas educativas y de investigación con lo que se tiene la certeza de que los contenidos dentro de los siguientes años seguirán siendo de libre acceso, cuando menos para quienes formen parte de las comunidades de instituciones públicas de educación e investigación.

Por otra parte, la manera de documentación de todo especialista, dentro de cada disciplina, puede distinguirse, en cierto sentido, por el tipo de fuentes de las que se vale para obtener, o sostener, sus datos y argumentos; o con las que conectan los planteamientos o el desarrollo de un trabajo; o las que le dan orden a un conjunto de datos obtenidos; o por medio de la cuales se formalizan o presentan los resultados de una investigación. Habrá, por ejemplo, disciplinas que consideran (en mayor medida), como de valor más primordial, las fuentes primarias, a diferencia de la forma en que serían valoradas este tipo de fuentes para otras más, cuya documentación o formalización de sus datos, prefieran (en mayor proporción) las que se consideran como fuentes secundarias –independientemente de la controversia que pudiera desatarse a partir de contar con una fuente que podría ser reconocida de manera distinta por especialistas que se encuentran parados en dos terrenos disciplinares ya sea relacionados o distintos.

A este respecto, de qué forma podría considerarse una obra plástica en el momento en que se le presenta a un historiador del arte y a un escultor, si se sabe que las consideraciones que cada uno de ellos tenga sobre dicha obra, se sujeta, en su sentido y valor referencial, a intereses académicos distintos.

Habría que preguntarse ahora –a partir de lo antes planteado, pero sin descuidar la exigencia del reto– si las formas tradicionales de consulta de los materiales que forman parte de las bibliotecas en formatos de papel, dentro de treinta años, seguirán dándose, de alguna manera. En un plantel de educación profesional que se encuentra en una ciudad pequeña –lejos de las capitales donde existen expresiones culturales en sus formas más diversas e inmediatas y donde la presencia de las bibliotecas monumentales es muy poco común– contar con la posibilidad de obtener información, que sea dispuesta a través de repositorios digitales, parece ser algo necesariamente obligado, pero, cuando se trata de escuelas de formación universitaria, alejadas de las grandes ciudades, y cuyos temas de interés están relacionados con las artes visuales, surgen dudas sobre si las formas de documentación remota serían suficientes para cubrir ciertas necesidades o inquietudes específicas de los estudiosos de estas disciplinas.

Se tiene, pues –bajo ciertas reservas– que las imágenes digitales, contenidas en los repositorios, cubrirían de forma satisfactoria las necesidades de documentación para que los estudiantes de artes gráficas y visuales estén en las condiciones suficientes de desarrollar parte de las habilidades que le son requeridas (e intrínsecas a su formación profesional) en condiciones ideales, casi en la misma forma en que sucedería si las imágenes fuesen consultadas en un libro o contempladas en un museo, lo mismo sucedería para documentar cualquier tipo de trabajo académico.

Dentro de las artes visuales y algunas subdisciplinas del diseño, por ejemplo, se están perfilando modelos de formación académica que se concentran en proyectos cuya naturaleza, o características para identificarlos, se sostienen tanto en la investigación como en la producción. Estos proyectos de investigación-producción, concentran parte de su atención en todo tipo de aspectos relacionados con los pormenores básicos de formalización que son propuestos para distintas disciplinas, como los son los principios básicos de orden, forma, procedimiento y presentación de resultados, que se corresponden con los instrumentos y métodos de investigación que han sido diseñados tanto para las ciencias sociales como para las consideradas como ciencias duras.

Por otro lado, estos proyectos, además, concentran su atención en aspectos que están relacionados con todos los tipos de procesos de creación que están considerados para las artes. En este sentido, las formas de documentación, requeridas para este tipo de proyectos, empiezan a tornarse como de un tipo especial, en tanto, las fuentes pueden ser consideradas de dos formas distintas. En este sentido, se requiere de un tipo de formación académica para acercarse de manera efectiva a las diversas fuentes de consulta, lo que nos llevaría de manera obligada a considerar un método.

Asimismo, quienes pretendan desarrollar un tipo de investigación-producción, deben considerar, además, instrumentos de registro de información y de datos que les permitan tener a la mano evidencia pormenorizada de sus procesos y contar con los elementos suficientes para reconstruir de manera ordenada cada uno de ellos. Este tipo de instrumentos permiten tener a la mano toda clase de resultados y registros relacionados con la producción para contar con ella en el momento en que deba dársele, desde una perspectiva académica, una estructura formal al trabajo. Algunos de estos materiales son los diarios de campo, las bitácoras, los cuadernos de apuntes o de bocetado y otros más.

Para ello tendría que empezarse, en este momento de la era digital, a contemplarse un modelo de repositorio que concentre este tipo de materiales para la documentación en artes y diseño, en tanto la facilidad de acceso y de recuperación de este tipo de información potencializa que la trasmisión de las ideas, así como de todo avance técnico y científico, se vea garantizada, intensificando, así, las formas de intercomunicación disciplinar. No obstante, para establecer lo que podría vislumbrarse como un posible escenario en treinta años, tendrá que traerse nuevamente la constante sobre la que se ha venido reflexionando a lo largo del texto, pero ahora incluyendo otras consideraciones.

El Plantel Taxco de la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México cuenta con un Centro de Documentación cuyas formas de consulta se mantienen en su sentido más tradicional en una forma regular, pero entre su comunidad puede verse registrado un aumento en el consumo de contenidos en repositorios digitales de temas afines a las artes, lo que nos hace suponer que en treinta años éstos también serán lo suficientemente robustos para atender toda inquietud e intereses académicos de distinto orden, aunque no podemos estar seguros sobre cuáles sectores de la comunidad se verán mayormente favorecidos o sobre qué alcances tendrán.

Por ejemplo, un estudioso de las artes puede acceder a un repositorio que contiene imágenes para usarlas como referencias visuales tanto para producir obra como para documentar formalmente un trabajo. Lo que nos hace entender que, dentro de algunos años, los materiales contenidos en los repositorios de imágenes, como muchos otros, serán, igualmente copiosos.

Sin embargo, por un lado, parece no estársele brindando mucha atención a la formación de usuarios de este tipo de recursos para aprovecharlos de buena manera o en mayor medida. Situación que debería estarse atendiendo desde los ámbitos de la educación formal en los niveles medio y superior. El consumo de información digital con fines de documentación ha ido en aumento pese a que no parece estarse incluyendo, dentro de la formación universitaria, contenidos y temas relacionados con la documentación digital y sobre cómo hacer uso de los repositorios o de los medios que la facilitan, por lo que pondría ponerse en duda si realmente se esté haciendo un consumo provechoso ya de los materiales que contienen las bases.

Cada revolución tecnológica viene acompañada de nuevos instrumentos, pero también de un conjunto de conocimientos relacionados con el reconocimiento de nuevos mecanismos, procesos y dinámicas y con la instauración de nuevas maneras de formación técnica y de operación especializada que garantizan su relevo de manera satisfactoria con respecto a un estadio anterior. Dentro de esta era digital resulta crucial sensibilizar, en términos técnicos, a quienes tienen la necesidad de hacer uso de los repositorios especializados, por medio de la alfabetización digital, dirigida a todos los sectores de consumidores de este tipo de contenidos documentales, promoviendo su uso, pero además haciendo notar sus utilidades, alcances y beneficios prácticos para garantizar que los fines de documentación para los que fueron diseñados se satisfagan en un nivel óptimo.

El reto para los siguientes años es garantizar el acceso a la información que se considera necesaria para la documentación remota especializada en las diferentes áreas del conocimiento y que es generada por instituciones académicas y de investigación públicas por medio de tareas que faciliten su accesibilidad y para que, de manera directa, se cumpla con los compromisos institucionales de cada una de ellas cuyos intereses están relacionados con los ejes que contemplan las acciones que se corresponde con la investigación y con la divulgación y difusión de la cultura. 

[Publicado el 18 de noviembre de 2022]
[.925 Artes y Diseño, Año 9, edición 36]

Estudió la licenciatura en Lingüística en la ENAH, ha sido bibliotecario en dependencias del INAH y de la UNAM. Fue secretario del Comité Técnico de Normalización Nacional de Documentación y presidente de la Comisión de Publicaciones del Comité Consultivo para la Atención a las Lenguas en Riesgo de Desaparición del INALI. Actualmente es bibliotecario e imparte cursos teóricos sobre el lenguaje en la FAD, Plantel Taxco, de la UNAM.

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