Cuatro paradojas en el final de muchas cosas

4 febrero, 2022

Por Diana Eliza Salazar Méndez.–

La mañana de aquel lunes caminé por los pasillos aún somnolientos como era costumbre al iniciar la semana, a paso veloz, porque, como también era costumbre, ya iba con retraso para alimentar mi número de trabajador en la computadora y así acreditar la asistencia del día. El ambiente se percibía aún enrarecido, como cuando la resaca en la playa no define si la ola se aleja o amenaza con derribarte, las miradas de quienes encontraba a mi camino parecían no tener la certeza si podrían encontrarse o era mejor perderse en la evasión. Las amenazas, consignas y reclamos de los movimientos estudiantiles que habían aplazado el inicio del semestre ardían en cada pared, en cada puerta, e incluso en el suelo, no parecía haber espacio donde no clamaran las denuncias y se exigieran las renuncias.

Me apresuré a buscar un par de ejemplares de la gaceta universitaria como parte de otro ritual del albor de la semana, donde primero se hojeaba por curiosidad informativa y posteriormente terminaba siendo reciclada como limpiador de paletas o envoltura de cuadros. El encabezado, que abarcaba toda la página, anunciaba una suspensión paulatina de labores, esta vez las consignas y reclamos eran invisibles, silenciosos y manifestaban el comienzo de un largo periodo de cambios y enfrentamientos.

No es mi intención contener en este breve artículo todas las experiencias personales, artísticas y las que derivaron de la enseñanza de la pintura de manera remota de los últimos dos años, así como tampoco quisiera simplemente volcar aleatoriamente —random, si se quiere un ánimo más actualizado las repetidas nociones y tomas de consciencia que probablemente vivimos la mayoría, a partir de que vimos ralentizada nuestra veloz y sobre-estimulada cotidianidad. Seguramente vendrán incontables tesis, coloquios e investigaciones sobre los efectos derivados de la pandemia en nuestras sociedades, en nuestras manifestaciones artísticas, en nuestra propia mente; aquí se presentan solo algunas consideraciones personales, enfocadas de manera específica a la experiencia docente y práctica artística, bajo forma de paradojas.

Cyber painting, Jorge Santana ©
Cyber painting, Jorge Santana ©

Primera paradoja: el espacio

Una de las frases que comenzó a resonar repetidamente a partir de ese lunes, junto con “cuándo hubiéramos imaginado” y “quédate en casa”, fue: “no estábamos preparados.” Efectivamente no lo estábamos, y no hubiera podido ser de otra manera, porque, como suele ocurrir en la mayoría de los casos, no queremos estarlo. La ingenuidad y desconocimiento se transformaron súbitamente en escepticismo e incertidumbre, mientras los caballetes y las preparaciones de color en el taller quedaron suspendidos en una pausa indefinida. Nos retiramos a una nueva dimensión, desconocida para la mayoría y apreciada por algunos: la soledad y el aislamiento obligados.

La historia de los artistas suele ser un pequeño afluente de la épica cascada que es la historia del arte y de los objetos artísticos. Por lo general, solo sabemos alguno que otro detalle de la vida de un pintor: a qué generación o época pertenece, quiénes eran sus contemporáneos, sus mecenas, sus parejas, o bien si estuvo inmerso en algún suceso pasional que terminó en un duelo a muerte. Seguramente esto también sucede porque las vidas de los pintores suelen ser, en apariencia, muy aburridas: siempre absortos en el trabajo, buscando soluciones a cuestionamientos que, en la gran mayoría de los casos, ni siquiera se pueden identificar, mucho menos articular en palabras; inmersos en las profundidades de sus estudios y de sus mentes, con el susurro del diálogo interno como único acompañante.

Existen también aquellos casos donde conocemos un poco de la personalidad y vida del artista, la cual resulta sorpresivamente y con ciertos dejos de decepción, antagónica a su talento con la pintura o cualquier otro medio, lo que confirma aquella condición que le propuso la baronesa Nadezhda von Meck[1], una excéntrica mecenas, al compositor ruso Tchaikovski[2] a cambio de la manutención completa para la creación de sus obras: nunca conocerse personalmente.

El espacio donde habitamos, el estudio o taller, es donde suceden la mayoría de las dudas, experimentaciones, fracasos y satisfacciones de la cotidianidad. James Elkins en su texto What painting is[3], propone una analogía del estudio del pintor con el laboratorio del alquimista, en el sentido en que ambas prácticas conjuran una transformación de la materia a través de ciertos rituales: de algo inerte a un objeto cargado de emociones, pensamientos y movimientos que misteriosamente cobra una especie de vida. La obligación al aislamiento significó también la oportunidad de atravesar el umbral que separa el mundo externo del mundo interior, es este último al que se puede acceder con el fin de identificar y fortalecer la creatividad, la imaginación y las ideas, se debe recorrer a solas y sus caminos son en ocasiones tan imprecisos y sutiles, que es oportuno acallar el barullo para poder reconocerlos.

Cerré, al igual que el resto del mundo, la salida de escape al exterior y, primeramente, tuve que enfrentarme a mí misma, sin la miríada de omnipresentes distracciones que se vieron reducidas y limitadas bajo una curaduría personalizada, con la posibilidad de una concentración más estable, que pudiese permitir que los cuadros se interconecten de manera íntima con mi vida. Quizás pensemos que para ello es indispensable un gran estudio, con techos altos y luces cenitales, colmado con grandes y variados bastidores, colores y material; paradójicamente, al habitar el mundo interior, donde se encuentra el origen de la imaginación, las dimensiones espaciales pierden importancia y la obra se adecua a ellas: basta ver el universo magnificente que nos compartió Giorgio Morandi[4] en su mesurada y discreta visión, a partir de unos cuantos objetos que fungieron como modelos, en un espacio reducido de su casa en Boloña, con piezas de pequeña escala y una paleta cromática por más abreviada, que bien demuestran la enorme amplitud que puede caber en la reducción.

Cyber painting, Jorge Santana ©
Cyber painting, © 2022, Jorge Santana

Segunda paradoja: el tiempo

La digitalización nos conecta de manera directa y simultánea con los demás, a través de una red y un monitor en donde siempre podemos ver de reojo algún reloj o cronómetro que atestigüe la duración de nuestro encuentro. En sentido opuesto, pintar o dibujar tienen la capacidad de conectarnos con nosotros mismos mediante abstracciones y contemplaciones que rompen la dimensión habitual del transcurrir. El orden convencional del tiempo cronológico, progresivo e inclemente no empata con el tiempo que requiere un cuadro, lo que para empezar es muy difícil determinar, a menos que se tenga un método de producción en serie, o simplemente el tiempo que implica encontrar un color preciso o solucionar una parte de la composición.

El cineasta David Lynch[5] deseaba ser pintor en sus comienzos como artista, en un texto donde expone sus reflexiones sobre las relaciones que encuentra entre la vida artística y su práctica meditativa, menciona al respecto: “Si quieres disfrutar de una hora de buena pintura, necesitas disponer de cuatro horas seguidas sin interrupciones. La vida artística significa libertad de tener tiempo para que pasen las cosas buenas. No siempre queda tiempo para otros asuntos”.

La pintura es una práctica celosa y demandante, en buena medida, de tiempo, seguida de la constancia. El tiempo, en grandes cantidades, repentinamente se presentó como un preciado lujo. Paradójicamente, muy pronto me volví a ocupar. Si bien las sesiones del taller de pintura se volvieron concretas y con algunas optimizaciones temporales, el tiempo dedicado a la preparación y adecuación de los cursos en la universidad requirió ser triplicado, determinado por un entorno antagónico en tantos sentidos. Luego, me vi nuevamente inmersa en un alud de reuniones, juntas, clases y chats, en donde cada plataforma parecía requerir una mayor demanda de atención.

Llegó el afortunado punto de quiebre que obliga a la elección: continuar con la marejada o luchar contracorriente para buscar de nuevo el tiempo de la pintura, alejado del constructo cronológico. La naturaleza del medio, la arquitectura misma de la pintura, demandan procesos necesarios para transformar la materia prima con la que se trabaja, ajena a la velocidad de la virtualidad, en una relación que mora en un estrato completamente subjetivo. Y, si bien la transitoriedad del reloj es inminente, la pintura me permite atestiguarlo de manera que percibo su relatividad y ciertas posibilidades de ralentización.

Cyber painting, © 2022, Jorge Santana
Cyber painting, © 2022, Jorge Santana

Tercera paradoja: la distancia

Ya anteriormente había atestiguado de manera comunitaria la urgente cercanía en un sentido empático y humano; recuerdo con claridad la respuesta de la población a los dos terremotos que devastaron la Ciudad de México. La historia nos muestra repetidamente que las desgracias colosales nos conducen, individual y colectivamente, a reflexionar sobre nuestras vidas, nuestros hábitos y aspiraciones. Las distancias que me alejaron de los demás, se vieron compensadas por proximidades que se destilaban a través de un chat o una pantalla. El lenguaje se volvió cuidado, sensible y animoso, cualquier tono crítico o incluso serio fue descartado súbitamente de cualquier código social a nivel planetario.

Las distancias fueron impuestas de manera física, y paradójicamente se debilitaron aquellas que pudiesen demostrarse en los ámbitos profesionales. Las revisiones de obra en el taller, práctica obligada dentro de la enseñanza de la pintura, perdieron la solemnidad impuesta por el entorno académico, o tal vez por la propia presencia física, y se transformaron en coloquios virtuales donde el enfrentamiento a las emociones manifiestas fue inevitable. Miedo, desconocimiento, ansiedad, incertidumbre y depresión se evidencian en los trabajos y las piezas que se produjeron en el taller.

En otro sentido, una alumna de Posgrado que investiga un aspecto específico de la pintura de varios artistas contemporáneos, de diversas partes del mundo, no solamente puede tener la grabación de una entrevista remota con una pintora que investiga esas nociones en su propia obra, sino que la distancia en relación a la disposición permite que podamos mandar un DM al Instagram[6] de un pintor en Suecia y muy probablemente responderá a los pocos minutos, algo que anteriormente hubiese sido un proceso sin duda más elaborado. Apenas logré familiarizarme con las reuniones y conferencias remotas, mientras manaban incontables grupos híper especializados en redes sociales; encuentros, entrevistas, charlas y sesiones en donde los artistas pintan un cuadro en vivo, o quizá participar en un debate sobre un texto o presentación de obra que ha compartido una pintora en Nueva Zelanda, o invitar a una cátedra a un curador de Austria. Todas estas reuniones en ocasiones compensan un falso sentido de soledad o aburrimiento, y digo falso ya que, tras el compromiso por derribar primero la distancia que puede existir entre el cuadro y yo, puedo atestiguar que en el estudio nunca estoy sola y, más aún, nunca estaré aburrida.

Cyber painting, © 2022, Jorge Santana
Cyber painting, © 2022, Jorge Santana

Cuarta paradoja: la mirada

Como he mencionado, a lo largo de este periodo de hibernación social, donde han cambiado nuestras relaciones con distintas dimensiones como son los tiempos y los espacios, evidentemente también hemos cambiado nosotros: nuestros procesos y aspectos mentales, como la atención y la concentración, se modifican con cada scroll al infinito que ofrece cualquier red social. No creo que sea demasiado pronto para determinar los efectos a posteriori que ello tendrá en las obras de arte a partir de ahora.

El arte es un instrumento formidable para entregarnos perspectiva, pero no se da de manera automática. Vivimos una época marcada por la obsesión con lo nuevo y novedoso, pero lo cierto es que los problemas que nos ha hecho enfrentar este virus ya estaban ahí hace uno, dos, cinco años. Si buscamos respuestas, existe una multitud de obras que pueden iluminar las vacilaciones que nos aquejan hoy.

Actualmente conocemos más pintores y artistas de todas partes del mundo que en cualquier momento de la historia de la humanidad, podemos ver sus procesos al pintar de manera simultánea, etapa por etapa, vivimos en una constante dualidad entre una mirada analógica y una mirada digital, llegando al punto en que muchas veces tenemos un monitor como alguna referencia o modelo visual al momento de pintar. Estamos condenados a una sobre exposición de información de toda índole con incontables versiones, todas manipuladas. Mantenemos vigente la creencia equívoca, heredada de la Ilustración Francesa, que tener una mayor cantidad de información nos hará más sabios, sensibles, críticos, lúcidos, nobles y empáticos. Esta invasiva exposición paradójicamente nos aleja de esos atributos, ya que la arquitectura misma de la información se ha derrumbado, no existe una jerarquía en la importancia de las noticias que consumimos involuntariamente, de manera que los encabezados que inevitablemente recibimos, ya sea con un mensaje o al abrir un servidor, no son la inminente emergencia climática o el estado real de las hambrunas en Medio Oriente, sino el atuendo que vistió una actriz de Hollywood al ir de compras por brócoli y arúgula.

En el mismo sentido, conocer cientos de pintores, ver de cerca sus procesos y poder “googlear” cualquier dato en cualquier momento no hará que seamos mejores artistas. El efecto del derrumbe de la arquitectura informativa no solamente se evidencia en la saturación de imágenes, noticias y datos sino más perturbadoramente en la homogeneización mental que es precisamente lo opuesto a la mentalidad artística, individual, compleja y libre.

La paradoja en la mirada del estudiante contemporáneo de pintura es que su visión se ha habituado a los formatos y escalas de un dispositivo y no han tenido la oportunidad de ver pintura en su escala, espacio y distancias “reales”. Esto va en contrasentido a la experiencia directa al contemplar una pintura: con sus texturas, brillos, transparencias, impastos, dimensiones, pinceladas… incontables aspectos que podemos percibir al ver un cuadro con nuestros ojos y sentirlo con las demás consciencias sensoriales, y no a través de una pantalla de superficie lisa y brillante que dicta los colores a sus capacidades. La experiencia estética, sensible y fenomenológica de ver pintura se modificó por completo, dejando solo simulaciones brillantes que se confunden con el protector de pantalla.

Bauman[7] refiere a una liquidez que se manifiesta en las múltiples dimensiones de lo humano: el amor y las relaciones, la educación, la cultura, el arte, nuestra propia apariencia; constructos de la mente que definen y mantienen cohesión en nuestras sociedades. Curiosamente, paralela a la concepción de mundo líquido divulgada por Bauman, Yves Michaud[8] elige otro estado de la materia al proponer una visión del arte como gaseoso. En ambos casos ya se anuncia la pérdida de la solidez como un estado relevante en el arte, lo que no solo refiere a una objetualidad o materialidad, también concierne al debilitamiento e hibridación de las posturas artísticas. Los NFT [9]proponen la nueva amenaza en la anunciada muerte de la pintura y las artes tradicionales, la digitalización nos fuerza a la distancia, la inmaterialidad y la pérdida de la arquitectura de conocimiento. Yo prefiero pensar en el poder constitutivo de las manifestaciones artísticas, la íntima relación de lo humano con los objetos que creamos, sin necesidad de una máquina como intermediaria.

Los artistas somos exploradores, curanderos, activistas y visionarios, lo que hacemos es sustancial para hablar con verdad, soñar con nuevas realidades y, en sentido último, cambiar el mundo. Se puede, incluso en cuarentena.

[Publicado el 4 de febrero de 2022]
[.925 Artes y Diseño, Año 9, edición 33]


[1] Nadezhda Filarétovna von Meck (Smolensk, 1831 –Niza, 1894). Aristócrata, mecenas y empresaria rusa.
[2] Piotr Ilich Chaikovski (Vótkinsk, 1840 – San Petersburgo, 1893). Compositor ruso del período del Romanticismo. Autor de algunas de las obras de música clásica más famosa: como los ballets: ‘El lago de los cisnes’, ‘La bella durmiente’ y ‘El cascanueces’, la ‘Obertura 1812’, la obertura-fantasía ‘Romeo y Julieta’, entre muchas otras obras.
[3] Elkins, J. (2000). What Painting Is. Routledge, Londres.
[4] Giorgio Morandi (Bolonia, 1890 –1964). Pintor italiano.
[5] David Keith Lynch (Missoula, 1946). Director de cine, guionista, actor y productor de música electrónica estadounidense.
[6] La función DM o Mensajes Directos de Instagram es el canal de mensajería instantánea de esta red social.
[7] Zygmunt Bauman (Poznan, 1925 – Leeds, 2017). Sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico.
[8] Yves Michaud (Lyon, 1944). Filósofo francés.
[9] NFT (Non Fungible Token) es un certificado digital de autenticidad que mediante la tecnología blockchain, la misma que se emplea en las criptomonedas, se asocia a un único archivo digital.

Estudia la Licenciatura en Artes Visuales, la Maestría en Historia del Arte en la UNAM y es Doctora en Artes y Diseño. Ha desarrollado una importante carrera como pintora y ha expuesto de manera individual y colectiva en numerosas ocasiones en México y el extranjero. También ha recibido importantes distinciones por ello. Recibe el Premio Universidad Nacional- para Jóvenes Académicos. Desde 1995 es profesora en la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM. Tutora del Posgrado en Artes Visuales de la FAD. Ha impartido cursos y conferencias en importantes Universidades e instituciones.

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