Re-pensar la re-presentación de la vejez femenina. Ejercicio de reflexión

9 noviembre, 2015

Por Paola G. Ortega Garay.

Ignorar la vejez, que pase inadvertida, que no nos ocurra, que mi cuerpo no envejezca porque envejecer es equiparable a salir de cuadro. Cuando hablamos de vejez, ancianidad, senectud y recientemente con un dejo de disimulada falsedad, tercera edad, adultos mayores o adultos en plenitud, procuramos hacerlo en un tono distante, como si estuviéramos lejos de envejecer, como evitando relacionar nuestro propio cuerpo con el ineludible (y en mi opinión mal llamado) último pasaje: el de la vejez.

La reacción inmediata es mantenerse lo más distante posible de imágenes acústicas que aluden a adjetivos como obsoleto, antiguo, añejo, por mencionar los menos negativos, hasta llegar a sinónimos despiadados como decrépito, achacoso, rancio, fósil, gastado, estropeado, deslucido, ajado, usado, vetusto… Es así como (generalmente) las adjetivaciones negativas, en la sociedad contemporánea occidental, tienen que ver con la vejez, en tanto que las positivas se asocian a la juventud: belleza, vitalidad, frescura, reproductibilidad, lozanía, espontaneidad, arrojo…

Georges Minois en Historia de la vejez. De la Antigüedad al Renacimiento (1989) argumenta que la vejez se ha asociado al concepto de edad cronológica, que a su vez se relaciona con el proceso de biologización del tiempo; la vejez se convierte entonces en un proceso crono-biológico en su más básica definición. Es decir, se relaciona con el paso del tiempo tanto en su medida arbitraria —calendarizando e imponiendo un límite de edad— como en el sujeto y los cambios biológicos que se manifiestan en el cuerpo.

Para complejizar esta definición cronobiológica, Minois ofrece un amplio panorama del papel de la gente anciana en las sociedades de la Antigüedad al Renacimiento, aunque, dicho sea de paso, su reflexión aplica sin reparos para nuestra época. El historiador considera que definir la vejez y el momento en que se llega a ella no es tan simple y se cuestiona: “¿Cuándo se llega a viejo, [a vieja]? […] ¿Tiene uno la edad de sus arterias o de su corazón, de su cerebro, de su moral o de su estado civil? ¿O es quizá la mirada de los demás la que nos define un día como viejos?” Concluye con la reflexión de que no hay “nada más vacilante que los contornos de la vejez”, para terminar definiéndola como un “complejo fisiológico-psicológico-social”. Este complejo al que se refiere Minois se evidencia en un espacio palpable, visible y contundente —el cuerpo— que está cubierto por una pantalla —la piel— en donde se proyecta el paso del tiempo.

Con sus múltiples funciones, la piel delimita al sujeto y le brinda protección a su mundo interno, a través de la piel somos reconocidos por el mundo externo y también por nosotros mismos, a través de la piel tocamos y somos tocados. Mediante distintas tonalidades, temperaturas o texturas los diversos estados de ánimo se delatan: la vergüenza ruboriza, la ansiedad provoca sudoración, el miedo hace palidecer, la excitación nos pone “la piel chinita”.

Las arrugas son signo de envejecimiento. La vejez se materializa en el cuerpo, por lo tanto se hace visible. La piel arrugada es sólo uno de los signos que denota senectud. Los pechos caídos, el cabello cano, las manchas en la piel son otros de los rasgos visibles que frente al espejo afirman que se ha entrado ya en la “tercera edad”.

En Occidente, la figura femenina se ha vinculado, a lo largo de la historia, con representaciones sociales que privilegian cánones de belleza asociados a la juventud; por consiguiente, desde la mirada patriarcal1, los signos de envejecimiento podrían significar la pérdida de las “cualidades” que “justificarían” su representación por un lado, o bien que se le represente con una carga simbólica que responda a la fantasía de lo que, para la mirada masculina, significa o ha significado la vejez en la mujer.

Las distintas representaciones que se han hecho de la anciana son constructos creados a partir de estereotipos que asociamos sin mayor reflexión a la vejez femenina; “al ser una concatenación de estereotipos, las imágenes reproducen lo que es ya reproducción” (Vidal, 2003:49) ¿Justificar su representación? ¿Qué o quiénes autorizan lo que es sujeto de visibilización y lo que debe permanecer en tinieblas o en el mejor de los casos ajustarse forzadamente a figuras o metáforas pre-establecidas? [En el caso de la vejez femenina, figuras como brujas, alcahuetas, e incluso la muerte, por mencionar sólo algunas] Recordemos que el término representación como tantos otros conceptos utilizados en la teoría, responde también a relaciones de poder, esto no implica que sean maquiavélicamente diseñados para negar, denostar o invisibilizar. No, los fenómenos de representación son mucho más complejos y están estrechamente vinculados a la repetición y reiteración de prácticas.

Después de esta larga pero necesaria introducción pasaré a la vejez enmarcada por el tema “arte y erotismo”. En este punto, intentaré relacionar y problematizar las categorías: representación, obscenidad y erotismo con la condición de vejez femenina.

vejez femenina-1

En su acepción más elemental, el concepto de erotismo alude al amor sensual que puede devenir o no, en lo sexual. En la historia del arte tradicional, el erotismo está vinculado al ideal de belleza heredado de una tradición visual clásica, iconográfica, que abreva de fuentes de la tradición grecolatina, por tanto, el de la belleza, es un ideal hegemónico, un canon. Este canon es asociado a su vez con la categoría de juventud que se concibe como una cualidad o atributo, más que como una condición o etapa de vida. No es casualidad que siendo la apariencia física un valor supremo de la cultura posmoderna hipermediatizada, hayan proliferado las industrias de la cirugía estética, la cosmética, los gimnasios, y todo aquello que prometa detener, aunque sea de manera aparente o sugestiva, el paso del tiempo. Además, como estrategia mercadológica, estos discursos utilizan la condición de vejez como una consecuencia que proviene del descuido o “irresponsabilidad” de quien no echa mano de dichas tecnologías.

Sin embargo, no se trata sólo de belleza, ser joven en el imaginario social implica éxito, productividad, autosuficiencia, salud, vitalidad. Nuevamente las generalizaciones y relativismos. Por consiguiente, desde la mirada patriarcal, los signos de envejecimiento podrían significar la pérdida de las “cualidades” que “justificarían” su representación por un lado, o bien, que se le represente con una carga significativa desfavorable o que responde a la fantasía de lo que, para la mirada masculina y no sólo para la masculina, significa o ha significado la vejez en la mujer.

Entonces, si dentro del canon tradicional de belleza el cuerpo viejo no tiene cabida y por consiguiente se representa mediante estereotipos, es decir, valoraciones fijas, entonces aquellas formas de vejez que no se ajustan a este tipo de representaciones podríamos considerarlas obscenas. Aquí recurro a la categoría de obsceno proveniente del teatro griego y retomada por la escritora Susan Sontag (1933-2004) en su libro La enfermedad y sus metáforas (1978) como “fuera de escena”, es decir, lo que no se representa. Pero ojo, no por pasar como “ausente” debe entenderse como una ausencia de significado, por el contrario, para el caso de la vejez y para este escrito en específico, propongo una re-significación de lo obsceno como aquello que por no estar, significa. Llegando a este punto no se puede hablar más de vejez como si sólo existiera una sola, única, absoluta y universal. Si bien no se puede hablar de “vejeces” en plural, sí es posible considerar distintas formas de ser vieja y viejo, formas que hasta hace poco quedaban fuera de escena, fuera de cuadro pero que han sido visibilizadas, en tiempos más recientes, mediante otros lugares, otras miradas y otras reflexiones libres de estándares. Ahora bien ¿es posible relacionar el erotismo con la obscenidad?

Constitutivamente en lo erótico habita la tensión entre deseo y muerte. La muerte entendida como la finitud, como lo completo, lo terminado. De ahí que aquello que se considere erótico no pueda ser explícito sino sugerente. Entonces, lo que no se ve, lo que queda fuera de cuadro, lo obsceno es lo que permite a lo erótico constituirse como tal. Lo oculto, lo prohibido, lo invisible, lo reprimido representan para el espectador transgredir ese discurso y hacerlo hablar. Hablemos pues de estas otras formas de ser vieja y viejo, demos sentido y significado a lo que siempre ha estado ahí sin ser visto.

1. El término “patriarcal” se utiliza para describir la estructura social y religiosa de Occidente de los últimos cinco mil años. Para abundar en el concepto, acudir a Broude y Garrard, Reclaiming Female Agency: Feminist Art History After Postmodernism, Univ of California, 1982. p. 3.

La autora es Profesora adscrita a la Facultad de Artes y Diseño Plantel Taxco de la UNAM.

(Publicado el 9 de noviembre de 2015)

Fuentes de consulta:

  • Broude y Garrard, Reclaiming Female Agency: Feminist Art History After Postmodernism, University of California, 1982.
  • Minois, G., Historia de la vejez. De la Antigüedad al Renacimiento, Nerea, Madrid, 1989.
  • Sontag, Susan, La enfermedad y sus metáforas y; El SIDA y sus metáforas, Taurus, Madrid, 1996.
  • Vidal Claramonte, A. La magia de lo efímero: representaciones de la mujer en el arte y literatura actuales, Castelló de la Plana: Publicaciones de la Universitat Jaume I, España, 2003.

Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Estudió la Maestría en Historia del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación parten del análisis de prácticas culturales, desde la cultura visual, los feminismos, los estudios de género y las nociones de representación y poder.
Ha trabajado proyectos curatoriales y de investigación para Alas y Raíces, CONACULTA; Museo Franz Mayer; IISUE, UNAM; PUEG, UNAM; Actualmente imparte seminarios y asignaturas en En la Facultad de Artes y Diseño, UNAM.

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